miércoles, 30 de mayo de 2018

ESTA NOCHE sábado 26 mayo 2018


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MEDIA COLUMNA


Jorge Morelli
@jorgemorelli1 
jorgemorelli.blogspot.com


Ya se ve lo que pasa con este gobierno. Carece de decisión política. No resuelve los problemas, los difiere, los posterga.

Con ello, le deja la iniciativa al Congreso. Y este es un rosario de desaciertos. Ha perdido contacto con la realidad y no hace falta siquiera enumerar sus últimos vistosos autogoles. El Parlamento se desprestigia cada día ante el pueblo.

Pero este estado de cosas no parece esta vez fruto de una estrategia de la oposición contra el gobierno y, por supuesto, menos aun a la inversa.

Lo que parece es que la nave está a la deriva. En la sala de máquinas el motor económico no arranca, todos están diagnosticando mal y remediando peor. Y no hay nadie en el puente de mando político que mire más allá. La marea lleva a la nave.

El gobierno cree que es su deber tomar distancia del anterior. Y no se da cuenta de que es más de lo mismo. No tiene de qué quejarse. Otro tanto fueron el humalismo, el segundo alanismo, el toledismo, el fujimorismo en sus primeros meses, el primer alanismo, el segundo belaundismo (y peor aun el primero), el segundo pradismo y los tres años de Bustamante y Rivero: setenta años de democracia de baja gobernabilidad.

La democracia de baja gobernabilidad es un desastre institucional, una tragedia permanente, incapaz de decisión política de largo plazo. No se sale de ella por el paso del tiempo. Requiere una reingeniería institucional que solo la decision política hace posible.  

Pero, desgraciadamente, nos empeñamos como una mula terca en insistir en el remedio fallido. Es lo que han hecho las tres constituciones vigentes a lo largo de todos esos años: las de 1933, 1979 y, apena decirlo, también la de 1993 en su capítulo político. Hay en las tres la misma falla en la arquitectura de la relación entre los poderes del Estado, que heredaron una de otra en el tiempo: no hay equilibrio de poderes.

No hay balance entre las atribuciones del poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial. Lo que hay es una jerarquía de poderes. Una jerarquía que se invierte cuando llega la crisis del sistema.

He aquí el ciclo. La democracia de baja gobernabilidad incuba la recaída en el autoritarismo. La “transición a la democracia”, luego, no termina nunca porque invierte de nuevo la jerarquía de poderes sin hallar el equilibrio. Y recomienza el ciclo.   

El equilibrio de poderes es el único remedio posible para la democracia de baja gobernabilidad. Lo propio de la mula, en cambio, es insistir en el diagnóstico errado y el remedio fallido.      

   

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