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MEDIA COLUMNA
Idolatría
de Fidel
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Fidel
Castro fue idolatrado por América Latina y lo es aún no por haber sido comunista
sino a pesar de haberlo sido. Habría sido amado como un líder politico no
importa qué bandera hubiera levantado, a causa de su energía animal y su fabulada
narrativa para un pueblo hambriento de significado sobre su lugar en la
historia.
Esa narrativa es una encubierta. Hay una premisa inconfesada tras de ella, una promesa mesiánica para el futuro que oculta un revivalismo del pasado. La falsa promesa es el comunismo. La reivindicación oculta, inconfesada, es la del viejo imperio español que Fidel llevaba en su sangre gallega y América Latina en su memoria.
No, Fidel no fue amado por ser comunista sino por ser antinorteamericano
hasta los huesos. Su falsa narrativa se alimenta de la leyenda negra construida
por los ideólogos masones probritánicos de la Independencia de América del
Norte y del Sur contra la odiosa decadencia de la corona al final del imperio
español. En España fue la generación crítica del 98, nacida de la vergüenza de
la derrota el año de 1898, el del derrumbe final de lo que quedaba de la
primera globalización de la historia moderna: la del gran imperio donde nunca
se ponía el sol. La caída final de Filipinas y de Cuba.
Los latinoamericanos fuimos parte de la médula misma de aquel megaproyecto
político de dimensiones planetarias. Es un hecho olvidado, por ejemplo, que la
conquista de Asia fue montada desde la remota isla frenta a sus costas que
hasta hoy lleva con orgullo el nombre del hijo de la dinastía Habsburgo,
defensor de la fe y brazo derecho de la Iglesia Católica, Apostólica
y Romana. Sus símbolos, la tiara papal al lado de la corona española se
hallan en las bóvedas de las inmensas catedrales construidas desde México y
Guatemala hasta el Perú y Bolivia, y viven aun en el alma y la fe de
sus pueblos.
Encubierto hasta hoy por la narrativa de la vergüenza y la leyenda negra, es legítimo el orgullo de un mundo más grande que el de dos docenas de naciones independientes que no
encuentran el camino al siglo XXI porque viven mirando obsesivamente hacia el
pasado de su identidad política quebrada.
América Latina fue parte del imperio español por 300 años, desde
1492 hasta 1810. Cuba lo fue durante 400 años, hasta 1898. Ninguna otra nación
latinoamericana tiene más vívido su pasado en el presente. Y Cuba resiente que, desde su independencia, la orgullosa isla fuera
sometida por los herederos anglosajones de la segunda globalización moderna -la
del imperio británico- a un papel político incompatible con su dignidad y
su historia, disminuida a un comercio vulgar a manos de quienes hicieron
de la isla que fuera el centro de la conquista española un negocio ruin bajo un
gobierno títere instalado para protegerlo. Eso fueron Fulgencio Batista en
Cuba, Anastasio Somoza en Nicaragua, Rafael Leonidas Trujillo en Santo Domingo:
“nuestros hijos de perra", como decía la famosa anécdota atribuida a Franklin
Roosevelt. El fracaso de Estados Unidos en el "modelo"
de Puerto Rico -hoy un estado de la Unión sin acceso siquiera a fondos públicos
del Congreso para la reconstrucción post huracanes- es el símbolo del fallido intento
norteamericano de devolverle una narrativa, un significado político a la
historia de Cuba.
Es de este resentimiento por lo ocurrido en los 60 años entre 1898 y 1958 que Fidel alimentó durante otros 60 años su narrativa encubierta, su mega "fake news" de un futuro mítico para el pasado cubano. Pero el secreto inconfesado de Cuba es que el mito comunista nace del orgulloso pasado del imperio español y del resentimiento contra Estados Unidos por su derrumbe final, y no de una oscura ideología sobre el materialismo histórico jamás comprendida por los pueblos latinoamericanos que Fidel convirtió en una narrativa politica sobre un futuro mítico que no llegaría jamás.
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