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MEDIA
COLUMNA
Mala
suerte de la izquierda
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Esta extraña
época en que la izquierda ha llegado al gobierno, pero no al poder, en casi
toda América Latina tiene fecha de caducidad.
La razón
de ser de su llegada no tiene que ver con sus méritos políticos, sino con el
fracaso de Macri en Argentina, de Piñera en Chile, de Kuczynski en el Perú, de Duque
en Colombia y, eventualmente, de Bolsonaro en Brasil.
Esos
fracasos se deben, ante todo, a que ninguno tenía, en realidad, nada que
proponer. Si tuvieron en mente la idea de relanzar la reforma liberal, no supieron
potenciarla mediante una regulación eficaz para responder al clima político de
insatisfacción con las “fallas de mercado” y los ajustes que el modelo
económico necesitaba. No supieron rediseñar la reforma, como hacía falta.
Esa regulación del mercado pudo y debió ser público-privada, recoger la queja del hombre de a pie para asegurar la igualdad ante la ley y defender los derechos de los ciudadanos ante el atropello cotidiano no solo del Estado sino de las empresa privadas. Nada de eso ocurrió en la escala necesaria.
Lo peor,
sin embargo, es que, aun si hubieran tenido una propuesta clara a ese respecto,
probablemente no la habrían podido llevar a cabo. Sencillamente, ninguno de
nuestros países tiene la gobernabilidad necesaria para esa clase de reforma si
carece de mayoría parlamentaria cuando inevitablemente pierde la legitimidad de
entrada que le dieron las urnas. Las nuestras son democracias de baja
gobernabilidad. Su diseño constitucional no permite gobernar si no se tiene esa
mayoría cuando el apoyo popular se desvanece.
Bolívar
lo sabía bien: si se quiere una república -dijo en Angostura- hay que darle al ejecutivo
el poder suficiente para equilibrar el inmenso peso del Congreso, que
representa al pueblo.
Esta grave
falla en la arquitectura del sistema de gobierno condena a todos los partidos políicos
a fracasar uno tras otro en el gobierno. Así, la izquierda aprovechó el
descontento moral y emocional para llegar, pero fracasa igualmente en el
gobierno hoy. Tampoco tiene una propuesta, es incapaz de reinventarla. El suyo sigue
siendo un discurso populista rancio que sus líderes siguen blandiendo
cínicamente ante el pueblo sin creérselo ni ellos mismos.
Pero la conclusión
principal es que tanto la izquierda como la derecha fracasan en el gobierno en
America Latina porque no se puede gobernar con unas reglas constitucionales mal
diseñadas sin equilibrio de poderes. En el Perú, han fracasado todos sin
excepción en los últimos 20 años. Si Fujimori tuvo éxito en el gobierno es
precisamente porque cambió radicalmente esas malas reglas. La tragedia es que para
hacer frente al terrorismo y la hiperinflación tuviera que interrumpir la democracia
por ocho meses, desde el 5 de abril hasta diciembre de 1992, cuando se instaló
el CCD. Fujimori y el Perú han pagado y siguen pagando injustamente por esos
hechos. Y aun así no ha sido suficiente para impedir que el país recayera hasta
hoy en el conflicto de poderes permanente.
¿Qué tiene
de extraño, entonces, que el pueblo descarte uno tras otro a partidos políticos
a los que desprecia por su incompetencia y corrupción, y gire en busca del líder
carismático en quien depositar su confianza? ¿En qué puede sorprender que lo
haga no de una manera racional e informada sino por adhesión a circunstancias
adjetivas, como el género, la edad, el color de la piel o el lugar de
origen?
Seguirán
fracasando partidos y políticos carismáticos mientras no se cambien las reglas.
Por eso la izquierda ha llegado hoy al gobierno en América Latina, pero no ha
llegado al poder. La inflación será la causa de su fracaso. Letal, porque no se
puede convivir con ella y no se la puede abatir sin gobernabilidad. Es lo que
le ha tocado en suerte. Mala suerte.
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