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El ruido y la furia
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
El Perú debe vencer tres
problemas cruciales para crecer en el siglo XXI: el agua, el pobre nivel de la
educación y la baja gobernabilidad democrática.
Si los afronta, podrá avanzar y
el resto de los problemas se resolverá. De lo contrario, tocará techo pronto -si
no lo ha hecho ya- y no pasará de allí,
atrapado en una mediocridad sin conciencia.
Ninguno de esos tres temas es
materia de debate real en estas elecciones, sin embargo. Eso debería bastar
para alertar sobre el estado precario de la conciencia política en el país.
Por donde uno viaje en el Perú, no
hallará una sola comunidad o pueblo donde, preguntada, la gente no responda que
su primer problema es el agua, y el segundo la educación de sus hijos.
Son los problemas que engloban a
todos los demás. Detrás de los conflictos entre comunidades y minas está el
tema del agua. Detrás de la incapacidad de resolver la informalidad está el
desinterés por el conocimiento y la educación crítica. En última instancia, por
debajo de todo está la pobrísima institucionalidad del Estado peruano y la baja
gobernabilidad de su democracia.
El resultado es que no hay
igualdad de oportunidades, ni libertad económica ni gobernabilidad política.
En vez de colocar estos temas en
el centro del debate, sin embargo, las elecciones devoran el debate, lo desvían
hacia sus aspectos secundarios, parciales, incompletos, derivados de los primeros.
Toman el rábano por las hojas.
Así, el nuestro no es un debate.
Es una asamblea a gritos en medio de una confusión monumental, plagada de prejuicios
y de pequeñez. Esa es la definición misma de la demagogia. Es lo que produce nuestra
democracia de baja gobernabilidad, incapaz de resolver los problemas.
El debate de este domingo podría
ser la ocasión de introducir en este accidentado proceso electoral los problemas
que le importan al pueblo, agua y educación. Pero bien puede ocurrir también que
sea, una vez más, expresión de nuestra pobreza política en lugar de conciencia de
la misma.
Y así, decía Shakespeare, la vida
puede ser un cuento narrado por un idiota, lleno de ruido y de furia, y que
no significa nada.
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