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MEDIA COLUMNA
La democracia manipulada
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
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Desde que Winston Churchill pronunció su
famosa sentencia acerca de que la democracia es la peor forma de gobierno con
excepción de todas las demás, mucha agua ha pasado bajo el puente de Londres
para que la democracia inglesa haya venido a resbalar en el fiasco del
“brexit”.
En verdad la calidad de la democracia es el
tema central de la política del siglo XXI. Y la acusación explícita o implicita
es que la democracia puede ser manipulada mediante la tecnología.
Décadas atrás apenas, la manipulación del voto
se hacía burdamente: se quemaba las ánforas o se impedía votar. Hoy, se dice, no
hace falta manipular el resultado electoral, hoy se “manipula” la voluntad del
elector.
En la consulta del brexit británico, por
ejemplo, se afirma, que se habría “manipulado” al votante a través del manejo
segmentado de información sustraída de millones de usuarios de una red social por
una sofisticada empresa inglesa dedicada a la asesoría de campañas políticas. El
mismo procedimiento se habría utilizado luego, se dice, para “manipular” la
voluntad de los electores norteamericanos en favor de la elección de Donald
Trump. Estamos cerca de que similares acusaciones se hagan a Jair Bolsonaro en
Brasil, a Iván Duque en Colombia, a Sebastián Piñera en Chile y a Mauricio Macri
en la Argentina de parte de la izquierda.
La pregunta cae por su peso. ¿Puede la
tecnología manipular la voluntad? ¿En serio? ¿Cuánto, en realidad, se puede
“manipular” la voluntad del elector como consumidor de promesas?
Si se hace llegar a grupos segmentados
información en favor o en contra de lo que ese consumidor aprecia o rechaza para
reforzar su adhesión o su rechazo, ¿califica eso como “manipulación”?
Califica de lleno si la información está
distorsionada (nunca es totalmente falsa). A esto se llama hoy “incepción”:
una media verdad sembrada colectivamente y hábilmente formulada en un lenguaje
que se “viraliza” en las redes para convertirla en realidad virtual. Es el
precio de la posmodernidad.
Pero cuando la información no es falsa aunque
sí direccionada hacia segmentos de la opinión pública, ¿califica esto también
como “manipulación”? ¿O alcanza esta a una opinión pre existente un lenguaje
que la expresa? Porque esto y no otra cosa es el periodismo.
Suele decirse que hay una delgada línea
roja entre la información y la opinión. No es cierto. La información conlleva
opinión siempre, inexorablemente, lo sepa o no quien la enuncia. Ser conciente
del color del cristal con que se mira y confesarlo al lector, al televidente,
al radioyente es la prueba ácida del periodismo.
No hay nada que temer en la información
cargada de opinión, siempre que se sea conciente de ella y se la comunique al que escucha. La
objetividad es imposible en el periodismo, pero no la veracidad. Siempre he creído
que esto es lo que quería decir César Vallejo en su famoso verso: “confianza en
el anteojo, no en el ojo”.
No hay que temer al anteojo como tal, sino
a su negación. La incepción de las llamadas fake news recurre a la
“manipulación” para despistar a la opinión pública. Pero no hay manipulación posible
de la voluntad si la información y la opinión son claras en cuanto a su origen
y su destino, su fuente y su propósito.
El peligro de la hiperinformación de hoy no
es su proliferación incontrolable, sino su control. El mejor
antídoto contra el “big brother” de George Orwell es que detrás de quien maneja la
cámara haya otra grabando.
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