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MEDIA
COLUMNA
La proporción
áurea
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Milton Friedman escribió
alguna vez que la función de los bancos centrales debería limitarse a emitir
todos los meses solo la cantidad de dinero que la economía necesita para moverse.
Habló de una emisión anual de 3 por ciento.
¿Por qué 3 por ciento? Friedman
no lo dijo. Pero un observador sagaz sospecharía que implícitamente, sin
reconocerlo, estaba tomando como referencia el hecho de que 2.6 por ciento es,
en promedio, lo que crece anualmente la producción de oro en el mundo.
Si es cierta la
observación, no es poco importante. Significaría que Milton Friedman -el abanderado
del liberalismo económico de la Universidad de Chicago, el discípulo de
Friedrich Hayek, el gurú de Margaret Thatcher y Ronald Reagan y de la reforma
económica chilena (con Augusto Pinochet)- no descartaba que el dinero –a
diferencia de todo lo demás- no debe flotar en el mercado en la marea de la
oferta y la demanda.
O sea, el dinero necesitaría
el respaldo en un valor económico real y no puramente virtual, en papeles cuya
ficción puede esfumarse.
Ese vínculo ha tomado
históricamente como referente al oro. Oro físico, desde luego, el que está en
las bóvedas de los bancos centrales o en manos privadas, y no futuros de oro,
que son papeles. China, por ejemplo, tiene 20 mil toneladas de oro en el banco
central -que equivalen al 70 por ciento de los yuanes circulantes- y otras 18
mil toneladas en manos de privados. India no debe estar lejos.
No hablamos del oro indeterminado
que se halla bajo la tierra. No es una broma. En el Fausto, Goethe inserta una
fascinante conversación entre Mefistófeles y el Rey, en la que éste se queja de
que sus arcas están vacías. Mefistófeles desliza entonces la idea diabólica de
que el Rey puede emitir moneda a discreción con el respaldo del oro que está
bajo la tierra. Naturalmente, el Rey halla la idea fascinante. Esto es lo que
pasa con los bancos centrales.
De allí no había sino
un paso a que los Estados latinoamericanos –siguiendo el ejemplo de la
legislación del recién creado Estado alemán en el siglo XIX- declararan que los
recursos naturales bajo el suelo -el oro entre ellos- pertenecen al Estado y no
al propietario del suelo (como en la legislación norteamericana). Las
consecuencias económicas y políticas de ambos regímenes difieren como el día de
la noche.
No habría dictadura en
Venezuela, por ejemplo, si el petróleo no estuviera en manos del Estado. El
subsuelo en manos del Estado produjo que el poseedor del suelo no tuviera título
propiedad, para que no estorbara el negocio entre el Estado y la empresa
concesionaria del recurso.
La libre flotación del
dólar en el mercado global desde 1971 -en que Nixon rompió el vínculo con el
oro establecido en 1944 en Bretton Woods- ya había producido para 1985 un
desequilibrio tal que el mercado financiero, solo de la plaza de Nueva York, ya
era entonces 25 veces más grande que todo el valor del comercio mundial. Si
existiera una relación proporcional saludable entre ambas magnitudes que debe
ser respetada, esta se halla quebrada desde hace más de 30 años. Ese es el
origen de las mega burbujas que han aparecido y colapsado una tras otra en la
economía global de las ultimas décadas.
Hernando de Soto dijo
una vez que el problema del siglo XXI es precisamente que mientras en las
economías desarrolladas los papeles no tienen bienes detrás, en las economías
emergentes los bienes no tienen papeles. Son las dos caras de la misma moneda.
En el Renacimiento
habrían dicho que la relación entre la economía real y la virtual –entre los
bienes y los papeles- debe guardar una cierta proporción que existe en la
naturaleza, a la que ellos llamaron la proporción áurea.
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