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Las guerras de
la electricidad
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Cuando el Estado peruano decidió cambiar la base
energética del país del petróleo al gas cometió un error. Al lado de la
Cordillera de los Andes, el Perú debió girar hacia la energía hidroeléctrica.
Lo demuestra hoy Jorge Baca Campodónico en su
Linterna de popa en esta misma edición: las hidroeléctricas podrían abastecer
sus necesidades por los próximos 50 años. Las 20 que se pensó construir en el
Marañón en el 2011 habrían abastecido 60 mil megawatts, suficientes para medio
siglo.
A mediados de 1944 –recuerda Baca-, Santiago Antúnez de
Mayolo exploró el Pongo de Manseriche en el Marañón buscando dónde construir
una represa para crear una caída de agua. Encontró el lugar en Huancanque,
aguas arriba de Borja, donde el río se estrecha entre paredes de roca. Me
consta. Me lo narró mi abuelo que estuvo allí (y casi pierde la vida cuando su bote
se volcó en el turbulento Marañon. Pudo salvarse es porque se fue acercando a
la orilla dejándose llevar por la corriente sin luchar contra ella). Decía mi
abuelo que Antúnez de Mayolo había literalmente dibujado en su mente la
represa. Baca recuerda que tendría una caída de 60 metros que generaría 7,550 megawatts,
lo suficiente para casi reemplazar lo que producen hoy las generadoras de
electricidad a gas.
A comienzos de la década –añade Baca-, la producción de
energía hidroeléctrica representaba más del 80% del total. Hoy es solo el 50%.
“La causa de esta sinrazón –añade- fue la moratoria de construcción de
hidroeléctricas por diez años introducida para beneficiar el proyecto de gas de
Camisea”. Confirma lo que venía sospechando esta columna: el Estado
necesitó crear una demanda que no existía para poder colocar el gas y desplazó
a la generación hidroeléctrica de la producción de electricidad.
Fue una doble trampa. Por un lado, el objetivo fue exportar el gas y masificar
el consumo. Mientras la infraestructura no estuviera en su sitio, sin embargo, había
que crearle provisionalmente un mercado al gas en la generación de electricidad
y una competencia desleal para las hidroeléctricas. Esto explica quizá por
qué el Estado permitió a las termoeléctricas a gas declarar costos que no eran
reales: para que pudieran competir. Luego, ya
sabemos. Como siempre en el Perú, lo provisional se volvió permanente. La
construcción de la infraestructura del gas quedó enredada en la corrupción. El
mercado de consumo que se iba a generar no alcanzó la magnitud necesaria. Los
chilenos encontraron alternativas en la energía solar para sus minas. Y el
autoengaño de los costos se volvió una trampa de la que el Estado no sabe ya cómo
escapar.
El gas es un recurso que debe usarse para una
industria petroquímica. Es un hidrocarburo, no es carbón. Quemar el gas para
generar calor con el cual producir electricidad es poco menos que un crimen, un
pobre uso de un recurso no renovable. Y además, quemarlo es contaminante. En el
futuro necesitaremos cantidades exponencialmente mayores de electricidad. Tendremos
que pasar ahora de la base energética del
gas a la de la hidroelectricidad y abandonar el desperdicio monstruoso de ese
recurso que pretende desconocer hasta las leyes de la termodinámica. La
generación de calor es la más ineficiente de las formas de emplear la energía.
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