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se entera no de todo lo que ocurre, sino de lo que necesita saber.
“Ya
la”
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
En un balance de la presentacion del Gabinete en el Congreso
estimamos que la suma de todo lo ofrecido por Bellido iba a costarle a los
peruanos como mínimo 9 mil millones de soles. Nos quedamos cortos. Al día
siguiente, el propio Francke reveló la verdadera
cifra: 12,500 millones de soles, más de 3 mil millones de dólares.
Solo el Bono Yanapay para los más pobres cuesta 5,400 millones de
soles. Y el subsidio al balón de gas otros 1,800. Ahí ya tenemos más de la
mitad. Además están los 1,400 millones para que Agrobanco preste a los agricultores
(a tasas preferenciales) y 200 millones más para la creación de empleos
temporales en la agricultura. Hasta ahí son 8,800 millones, que irán al bosillo
de las familias. Desde luego, es loable la intención de ayudar a los hogares
más pobres a pasar la tormenta. Pero no es sino control de daños.
La verdadera apuesta está detrás.Y es que ese gasto pondrá dinero
en el bolsillo del pueblo para generar una demanda que reactive la economía.
Demanda que, se supone, debe generar una oferta como respuesta.
Eso lo intentaron Salvador Allende en Chile en 1970, y Alan García
en el Perú en 1986 en su primer gobierno (control de precios incluido). Falló
en ambos casos por la misma razón. Con García, el compromiso de sus “doce apóstoles”
empresarios fue que la “masa de ganancias” (así la llamó Alan) generada al
poner dinero en el bolsillo del pueblo para que este comprara a las empresas,
la invertirían los empresarios en el país. Pero los apóstoles se la llevaron a
Miami. Traicionado, García urdió desde ese instante su venganza con la expropiación
de los bancos.
Fuera del egoísmo de los ambiciosos apóstoles, ¿qué fue lo que
falló? Muy simple.
La apuesta era a que la oferta respondería a la demanda, pero la
oferta nunca respondió. No podía hacerlo. La economía estaba frenada por la
incertidumbre reinante, trabada por el Estado, y no iba a responder. Todos lo
sabían. No podía haber confianza ni expectativa. Nadie invirtió. Al no poder responder
la oferta a la demanda, los precios se dispararon. Un feroz maquinazo adicional
del BCR para el Banco Agrario –de 500 millones de dólares de esa época, prestados
a los agricultores a interés preferencial- se fue a otra cosa y nunca llegó a
la tierra. Ahí comenzó la hiperinflación, que ya no se detuvo hasta 1990. La historia
termina siempre cuando se acaban los dólares y la devaluación masiva echa
gasolina al fuego de la inflación en una espiral que no tiene fin. Eso es la
hiperinflación.
El lector ya habrá advertido que lo que el gobierno hace hoy, 35 años
después, es una copia de la misma receta. La oferta no va a responder porque nadie
invierte si no hay confianza. Incluso Keynes escribió que, en ausencia de “expectativas”
(así llamaba a la confianza), la intervención del gobierno en la economía para
generar demanda solo va a producir inflación.
Eso no lo puede evitar el compromiso de las empresas de no subir
sus precios y mucho menos un control de precios, que es una amenaza tonta.
El error es pensar mecánicamente. Un gobierno que dice priorizar
la agricultura debería saber que la economía no es una máquina por destrabar,
sino una planta que hay que regar.
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