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MEDIA COLUMNA
¿Qué les pasa a
los mineros?
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Los mineros creen tener toda la legitimidad de su
lado porque el Perú vive de la minería y, sobre todo, a causa del desprestigio masivo
del Estado ante sus ciudadanos, que debemos a nuestra democracia de baja
gobernabilidad.
Pero los mineros necesitan cambiar. Se aferran a un orden de cosas que ya no existe.
Pero los mineros necesitan cambiar. Se aferran a un orden de cosas que ya no existe.
Parecen querer seguir manejándose como
en el pasado. Esto es, sobre la base de un caso por caso, comunidad por
comunidad en cada proyecto por proyecto, negociando los precios de la tierra en
el ínfimo mercado local, donde el precio no puede formarse equitativamente,
porque solo un mercado informado puede ser libre y los pequeños mercados
locales no lo son, no pueden serlo.
Pero los mineros parecen creer –así se desprende
de su última convención en Arequipa- que la tecnología traerá por sí misma el
cambio que necesitan. La historia es larga en materia de fracasos de este tipo. Pagar
puntualmente impuestos y hacer postas y escuelas a regañadientes porque es el
Estado y no ellos quien debería hacerlas, es una forma de negación. Porque lo que se
necesita no es solo postas y escuelas sino fundamentalmente sembrar agua y
bosque en las punas cerca de las minas. Eso es pensar en el futuro. No
salir del paso comprando dirigentes comunales y periodistas de radios provincianas,
como se hacía antiguamente.
Hoy hace urgente falta un líder que les muestre a los mineros el camino para cambiar. Alguien que pueda proponer un nuevo paradigma, uno tal que resuelva el malentendido entre las minas concesionarias del subsuelo y los que controlan el suelo encima del recurso. Alguien que pueda absolver en un marco más grande la falsa contradicción entre comunidad y empresa, entre agricultura y minería, entre el oro y el agua.
Ese paradigma es el mercado libre, que debe decir no solo cuál es el precio del recurso natural, sino el de la superficie sobre el recurso. Y ambos –subsuelo y superficie- en el mismo mercado, no en mercados distintos como hasta hoy, uno en el mercado local y otro en el mercado global. Los dos tienen que ir al mercado global. Porque el precio de la tierra no puede formarse con equidad donde no hay competencia. Esto es lo que Hernando de Soto viene explicando desde hace ya mucho.
¿Puede esto suponer unos costos mayores para la minería? Si ese fuera el caso, eso explicaría por qué los mineros no parecen querer ver esta realidad y que se nieguen a escuchar, incluso a invitar a su convención exclusiva en Arequipa a quien está haciendo una propuesta que, por complejo que sea realizarla, es la única capaz de solucionar el problema de la libre competencia para la formación de un precio equitativo de la tierra. Nadie más está haciendo una propuesta real. No la tienen los mineros, menos aún el gobierno y tampoco podrían tenerla los ocupantes de las superficies sobre los recursos del subsuelo. Nada llevan a sus diálogos vacíos de toda sustancia. Y, sin una propuesta sobre la cual debatir, el diálogo jamás podrá resolver el problema en la escala que hace falta para dejar atrás la inequidad entre las partes, que solo produce fórmulas precarias que no pueden ser duraderas.
En EE.UU. a principios del siglo XX, el presidente Teddy Roosevelt tomó la decisión política fundamental de enfrentar el monopolio de la Standard Oil de John Rockefeller sobre el petróleo, el mismo que con su enorme gravedad curvaba la competencia libre en el mercado. Mediante sus entonces controvertidas leyes antitrust, el gobierno obligó a Rockefeller a dividir su imperio en un vasto número de empresas. Este, al cabo, se reorganizaría sin pérdida para la industria. Y las leyes contra la libre competencia en el mercado prevalecerían. Hoy mismo se abre una investigación a los gigantes digitales para determinar si se está limitando la libre competencia en el cibermercado.
Lo que hay en común entre estos casos y el de los mineros del Perú no son las circunstancias, que son muy distintas, sino la necesidad de abrazar el cambio y hacerlo suyo.
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