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MEDIA
COLUMNA
Acompañando
a Alberto Fujimori
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
En el
alma de cada peruano luchan dos versiones sobre Alberto Fujimori, privado de su
libertad hace once años.
Una es fríamente lúcida y muerde a diario las raíces amargas del árbol. La otra, en las ramas verdecidas (diría Antonio Machado), agradece su día bajo el sol.
En el siglo 18, los filósofos de la Ilustración creyeron que el mal no existe, que es producto del error o la ignorancia. Vana ilusión. En el siglo 19, el romanticismo se resignó a que el mal está en nosotros, como también su opuesto, y que nuestra identidad es el conflicto. Como entre Jean Valjean y Jouvert en Los Miserables de Víctor Hugo; como en El hombre que ríe, donde Hugo estudia las iniquidades de la aristocracia inglesa, “que es donde debe estudiarse la aristocracia”, según dijo. En la lucha de Dumas contra la ruindad en El conde de Montecristo; en la perfidia del rey hacia su hermano en El hombre de la máscara de hierro. En Copperfield, en Oliver Twist, en el avaro Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens; en William Wordsworth (que significa el valor de las palabras), “aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba”; en el Kublai Khan de Coleridge; en Thackeray, en Tennyson, en Byron, en El hombre que fue jueves de Chesterton, en el Dorian Gray de Wilde. Siempre el conflicto.
Y el mal prevaleció finalmente en el siglo 20. Millones de muertes inútiles en las guerras mundiales encallecieron los corazones, sembraron el cinismo. Prepararon la posmodernidad, la realidad virtual, la ausencia de la verdad y su cínicamanipulación política. En Los motivos del lobo, Rubén Darío pregunta a la fiera por qué ha vuelto al mal y el lobo enorme responde: “Hermano Francisco, no te acerques mucho”. La raíz amarga siempre, nunca la rama que sube hacia el sol. “Vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza”, escribió Dante proféticamente. Es el infierno por adelantado.
Pero "hay una grieta en todo, así es como entra la luz”, escribió Leonard Cohen. Hay que golpear hasta romper las conciencias encallecidas, para que pueda prevalecer el balance final de la verdad. Es lo que espera, acaso secretamente, el debilitado corazón de Alberto Fujimori, a quien nadie ha podido encarcelar. Los peruanos le acompañamos esta Navidad.
Una es fríamente lúcida y muerde a diario las raíces amargas del árbol. La otra, en las ramas verdecidas (diría Antonio Machado), agradece su día bajo el sol.
En el siglo 18, los filósofos de la Ilustración creyeron que el mal no existe, que es producto del error o la ignorancia. Vana ilusión. En el siglo 19, el romanticismo se resignó a que el mal está en nosotros, como también su opuesto, y que nuestra identidad es el conflicto. Como entre Jean Valjean y Jouvert en Los Miserables de Víctor Hugo; como en El hombre que ríe, donde Hugo estudia las iniquidades de la aristocracia inglesa, “que es donde debe estudiarse la aristocracia”, según dijo. En la lucha de Dumas contra la ruindad en El conde de Montecristo; en la perfidia del rey hacia su hermano en El hombre de la máscara de hierro. En Copperfield, en Oliver Twist, en el avaro Scrooge del Cuento de Navidad de Dickens; en William Wordsworth (que significa el valor de las palabras), “aunque nada pueda hacer volver la hora del esplendor en la hierba”; en el Kublai Khan de Coleridge; en Thackeray, en Tennyson, en Byron, en El hombre que fue jueves de Chesterton, en el Dorian Gray de Wilde. Siempre el conflicto.
Y el mal prevaleció finalmente en el siglo 20. Millones de muertes inútiles en las guerras mundiales encallecieron los corazones, sembraron el cinismo. Prepararon la posmodernidad, la realidad virtual, la ausencia de la verdad y su cínicamanipulación política. En Los motivos del lobo, Rubén Darío pregunta a la fiera por qué ha vuelto al mal y el lobo enorme responde: “Hermano Francisco, no te acerques mucho”. La raíz amarga siempre, nunca la rama que sube hacia el sol. “Vosotros los que entráis, abandonad toda esperanza”, escribió Dante proféticamente. Es el infierno por adelantado.
Pero "hay una grieta en todo, así es como entra la luz”, escribió Leonard Cohen. Hay que golpear hasta romper las conciencias encallecidas, para que pueda prevalecer el balance final de la verdad. Es lo que espera, acaso secretamente, el debilitado corazón de Alberto Fujimori, a quien nadie ha podido encarcelar. Los peruanos le acompañamos esta Navidad.