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MEDIA COLUMNA
El hombre que sabía
controlar los huaicos
Jorge Morelli
Es penoso el espectáculo del país, impotente ante los
huaicos. Sin saber qué hacer ni qué decir, el gobierno se limita a paliar un
poco los efectos sin la menor idea de cómo enfrentar las causas.
Sobrevienen así, en boca de todos, perogrulladas con el
dedo índice admonitorio: ¡la población no debería asentarse en las quebradas! ¿No
debería? En las quebradas es donde está el agua, ¿dónde más iría la población?
Y de las perogrulladas se desprenden con naturalidad iniciativas de política
pública inejecutables, que se repiten cada año: el Estado debería mudar –incluso
de manera forzosa, dicen- a la población de esas quebradas en dirección hacia
no se sabe dónde. Es una quimera irrealizable por partida doble.
En primer lugar, la población no se moverá ni siquiera
ante el huaico y si la sacan volverá. Nadie se muda de donde ha echado raíces
si no ve cómo vivir mejor en otra parte. Doble quimera, además, porque atacar
las consecuencias de los huaicos es lo correcto solo si las causas están bajo
control. Y no lo están. La verdad es que
el Estado peruano -entendámoslo de una vez- es incapaz de organizar una
respuesta que esté a la escala del problema.
La causa de los huaicos no hay que buscarla entre los
escombros de sus efectos. Hay que ir al origen. Hemos perdido el control del
ciclo del agua de los Andes. Para recuperarlo hay que retener el agua de las
lluvias en las alturas de la Cordillera. Hay que impedirle ir a la pendiente,
donde toma velocidad y se forma el huaico que arrastra todo a su paso. Una vez
que el agua está en movimiento, ya es demasiado tarde.
Un peruano entendió cómo controlar los huaicos, sin embargo. La solución existió desde
siempre en una tecnología milenaria de la civilización andina. Los comuneros
hasta hoy le llaman “sembrar agua”. Consiste en cortarle el paso al agua hacia
la pendiente, inmovilizarla para que penetre en el suelo. Haciendo esto en la
escala necesaria en las nacientes de las quebradas que, según la experiencia
histórica, generan huaicos constantemente, e innovando la tecnología, recuperaremos
el control del ciclo del agua de los Andes.
Podemos no solo aprender a controlar los huaicos,
entonces, sino almacenar al mismo tiempo un lago Titicaca dentro de los Andes,
bajo el suelo. Esta masa gigantesca de agua regulará hídricamente por su propia
gravedad los ríos que bajan hacia los dos océanos, de modo que no se desborden
en verano ni se sequen en invierno.
Estas no son cifras arbitrarias. Dos millones de
hectáreas de punas desde Puno hasta Cajamarca trabajadas de esa manera
producirán un reservorio natural de diez mil millones de metros cúbicos de agua
dentro de la Cordillera, cuatro veces la suma de los diez reservorios principales
de agua del Perú.
Ahora bien ¿quién redescubrió la tecnología perdida del
control del agua de los Andes? ¿Quién hizo esos cálculos precisos? ¿Dónde esta
el hombre que innovó la tecnología y la experimentó en Junín en miles de
hectáreas hasta comprobar que funcionaba? El lector ya lo sabe: fue Alberto
Fujimori, hoy privado nuevamente de su libertad por la mezquindad y el odio
políticos.
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