MEDIA COLUMNA
“Incapacidad moral”
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
El
desastre de la mayoría parlamentaria en el Congreso este quiquenio tuvo el
epicentro en la decisión política innecesaria de vacar la Presidencia de la
República. El presidente debió ser investigado y procesado como manda la
Constitución, al final de su gobierno, como se hizo con todos los anteriores.
Lo que hizo el Congreso fue derrocar al poder, y no se derroca al poder sin
consecuencias. Es lo que ha sucedido.
Una
causal de la vacancia de la Presidencia –tal como se halla en la Constitución-
es la falla más grave en el malogrado equilibrio de poderes peruano entre el
Ejecutivo y el Legislativo. Es un instrumento de chantaje político permanente,
una Espada de Damocles sobre la cabeza del poder Ejecutivo. La causal de
vacancia por “incapacidad moral” es una supervivencia arcaica que no está
definida en ninguna parte de la legislación peruana y que consiste en lo que el
Congreso decida.
El
Congreso declara la vacancia por “permanente incapacidad moral” del presidente,
además, con dos tercios de los votos de la única cámara. Hasta hace poco, el
Congreso declaraba la vacancia con solo la mitad de los votos de la única
cámara. Hoy suspende al presidente declarando su “incapacidad moral temporal”
con la mitad de los votos cuando, como en el caso reciente, no le alcanzan los
votos para declararla “permanente”. Esas causales son una burla a las
instituciones democráticas cuyo empleo arroja sombras sobre la capacidad moral
de quienes las han usado. La democracia peruana no tendrá estabilidad hasta que
hayan sido derogadas.
Eso no
es todo. En nuestro fallido equilibrio de poderes, el Congreso censura a los
ministros también con solo la mitad de los votos de la única cámara. E insiste
en proyectos de ley observados por el Ejecutivo igualmente con solo la mitad de
los votos de la única cámara. En todas las democracias de América, sin
excepción, el Congreso solo puede insistir si tiene dos tercios de los votos de
cada cámara. En nuestro caso ese poder absoluto no tiene contrapeso. Es por
esto que el Congreso del Perú se autodenomina sin pudor el “primer poder del
Estado”.
Un
nuevo equilibrio de poderes comienza por la bicameralidad. Permite encapsular
el conficto de poderes dentro del Congreso y retirarlo de la tensa relación
entre el Legislativo y el Ejecutivo donde produce crisis.
No
obstante, el Congreso se niega a perder el poder. Las reformas relativas al
sistema de gobierno –la bicameralidad entre ellas- fueron expresamente puestas
de lado por la mayoría parlamentaria. Ante la no reelección, la mayoría trató
de usar la bicameralidad para reelegirse al Senado. Tratando de medrar a
espaldas del pueblo, puso en evidencia su propia incapacidad moral. Esta es la
triste verdad.
Es por
eso que la discusión sobre el obstruccionismo está descaminada. Poco importa
cuántas insistencias hubo en proyectos observados o cuántas delegaciones de
facultades hubo, ese premio consuelo. Lo que importa es que en tres años de
este quinquenio ha habido dos presidentes, cinco gabinetes y ochenta ministros.
Ese es el síntoma clásico de la democracia de baja gobernabilidad sin
equilibrio de poderes. Es lo que el Congreso tendrá ahora año y medio para
corregir. Pero tendrá que renunciar a su propio poder.