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MEDIA
COLUMNA
La gran ilusión
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Hoy, 14 de julio, se
cumplen 230 años de la Revolución Francesa que, luego
de una década de caos revolucionario, permitió que Napoleón Bonaparte restableciera
el gobierno fuerte en Francia. Y duró solo quince años.
Eso
debe haber pesado en el ánimo del duro aprendizaje que tuvieron que hacer casi inmediatemente
después San Martín y Bolívar en América del Sur, una vez consumida la llama de
los primeros años de la independencia a partir de 1821, viendo el peligro de la
demagogia política en medio de la anarquía que sin querer habían desatado.
Concluyeron uno y otro -aunque no en el mismo momento- en la necesidad de un
gobierno fuerte en el Perú. De alli el proyecto del primero de crear una
monarquía constitucional en la antigua sede del virreinato español; y del
segundo, de gobernar desde el Perú cuatro naciones con una misma constitución,
que establecía un presidente vitalicio. El proyecto -una sola nación que
uniera desde el Perú a Bolivia con Colombia y Venezuela- se ahogó en medio de
la anarquía y la demagogia en cada uno de los países ahora “libres” gracias a
ellos.
Ambas
historias –la nuestra y la de Francia- evocan otras que se repiten en el
tiempo. Es inimaginable para nosotros la gran ilusión que debe haber inspirado
en nuestros pueblos la independencia, luego de 300 años de dominio español. Y
la magnitud de la enorme frustración posterior ante la anarquía y la demagogia.
Tal como, salvando las distancias y la escala de acontecimientos, es difícil
imaginar para quienes no lo vivieron la ilusión con que llegó para la
generacion de quienes nacimos en el Perú de los 50 el fin de los doce largos
años del gobierno “revolucionario” de la fuerza armada –un experimento nunca
visto- que iría muriendo por fases para desembocar en las elecciones de
1980. Nos parecía que el retorno de la libertad y la democracia lo
resolvería todo y que el Perú se encaminaría al fin al desarrollo. Curiosamente,
la insólita “revolución” de los militares en el Perú desarrolló una narrativa
política según la cual la Independencia había sido meramente política y que lo
suyo era la independencia económica. Lo que trajo fue la demagogia que desató
la inflación, y la anarquía que incubó el terrorismo. El primer acto del terror
tuvo lugar el día de las elecciones de 1980. La demagogia y el terrorismo no se
detuvieron ya en el Perú hasta que, una vez más, el gobierno fuerte les
puso fin.
También
la anarquía que en esos mismos años siguió al derrumbe de la Unión Soviética se
parece a esos otros procesos. La preeminencia de la reforma politica sobre
la económica –de la glasnost sobre la perestroika, como bautizara Gorbachev a
ambas reformas- condenó a Rusia al caos por décadas hasta la aparición del
gobierno fuerte, que restableció una gobernabilidad de perfil autoritario.
Los
gobiernos fuertes, sin embargo, están siempre cerca de la tentación del
autoritarismo. Y este incuba la recaída en la demagogia. La democracia de
baja gobernabilidad sin equilibrio de poderes es el subproducto típico. Una
trampa en que la que Francia quedó atrapada desde 1870, luego del segundo
bonapartismo.
Es la misma
trampa en la que el Perú se halla atrapado hasta hoy. La separación de poderes
no basta para salir de ahí. El único modo de escapar de la trampa es establecer
el equilibrio de poderes. Francia lo consiguió finalmente hace 60 años, en 1958,
con la Constitución de la Quinta República, luego de cuatro fracasos en 170
años desde la Revolución Francesa. El Perú no ha hecho aún esa transición. Es la
lección que todavía debe aprender de Francia 230 años después del 14 de julio.
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