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Discurso sobre la tolerancia
Jorge Morelli
jorgemorelli.blogspot.com
@jorgemorelli1
Independientemente de los contenidos, que son asunto de
la libre conciencia, el hecho de que virtualmente todas las iglesias –en un
determinado lugar y un momento- encuentren un lenguaje común para hacer un llamado
a la sociedad en la que desarrollan su obra humana, es un acontecimiento que ha
ocurrido antes en la historia, siempre en el centro de grandes civilizaciones.
Un acontecimiento como ese solo es posible allí donde
la cultura ha hecho ya una transición que modifica la esencia misma de la
sociedad, donde esta no es ya un mero agregado de iguales, sino un organismo cuyos
miembros dependen unos de otros para la supervivencia de todos.
Hace solo treinta o cuarenta años tal cosa habría sido
imposible en el Perú. El diálogo entre las iglesias no habría logrado pasar la
valla del debate sobre la doctrina. El llamado de hoy no habla de doctrina,
sino sobre reglas de conducta.
Esa transición ha ocurrido antes en la historia. En el
siglo XV, en Europa, por ejemplo, la horrorosa matanza de las guerras de
religión entre católicos y protestantes luteranos o calvinistas solo se detuvo
cuando la idea luminosa de la libertad de conciencia permitió que cada cual
creyera en la divinidad según su tradición o su parecer, pero con el compromiso
firme de que, de este lado de la realidad, manda la ley. En el siglo XVII,
Thomas Hobbes resumiría este pensamiento en su famosa frase del Leviatán: “auctoritas, non veritas, facit
legem” (“la autoridad, no la verdad, hace la ley”). ¿La verdad? Cada cual venere
la suya, pero todos cumplan la ley.
Tampoco era la primera vez. Faltarían palabras para describir
la enormidad del proyecto del rey Alfonso
X, el Sabio, de fundar en su capital, Toledo, un haz luminoso de la civilización
del siglo XIII, donde se traducía a Aristóteles del árabe al latín y donde convivieron
en paz durante décadas musulmanes, judíos y cristianos. (Doscientos años después,
sin embargo, Isabel la Católica expulsaba de su reino a los judíos y sometía
por la guerra a los musulmanes el mismo año en que se descubrió América).
Pero las raíces de esa transición hay que buscarlas en
el mundo antiguo. El pensamiento filosófico hizo el mismo camino. Los filósofos
griegos, desde los más antiguos hasta Platón hablaron de las esencias y las apariencias,
pero Aristóteles escribió sobre la idea del proceso (de la potencia al acto). Los
filósofos posteriores, los romanos especialmente, ya no se ocuparon de
metafísica sino casi solamente de ética, de reglas de conducta. En efecto, ¿cómo
de otro modo se puede gobernar un mundo que debía acomodar desde el culto de
Mitra en Persia hasta los druidas de Bretaña?
Las reglas de la conducta humana son siempre,
inevitablemente, el lugar donde desemboca el debate de las doctrinas. Es el único
lugar en el que puede resolverse la convivencia entre judíos y musulmanes en el
Medio Oriente, lo que será un día un homenaje a los desvelos de Alfonso, el
Sabio.
Pero, independientemente de los contenidos, que deben
ser materia de la libre conciencia –repito-, el hecho de que las iglesias hayan
encontrado el lenguaje con que dirigirse al Perú de hoy en torno a una reglas de
conducta que cada cual puede aceptar o no, pero necesita respetar en otros, es
en sí misma la victoria de la civilización sobre la barbarie.