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Los británicos quedaron
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Al cumplirse un siglo del
comienzo de la Primera Guerra Mundial, en 1914, la pregunta sigue siendo por
las causas. En mi opinión, hay que empezar a buscarlas un siglo antes, en 1815,
en la batalla de Waterloo.
La victoria final inglesa
sobre el emperador Bonaparte marca el comienzo del siglo del Imperio Británico y la Edad de
Oro del capitalismo global. La Pax Britannica, que duraría exactamente cien
años, trajo consigo la revolución industrial, de las comunicaciones y el transporte
a escala planetaria, y también la globalización de las instituciones británicas
en todas los continentes alrededor del globo –Asia, Africa, América-.
La propia Europa gestó el
desastre.
La unificación de Alemania,
el proyecto político del canciller Von Bismarck, estaba destinado en su plan
máximo a unificar a Europa. Desde Alemania, no desde Francia, como quería Bonaparte.
La derrota francesa en la guerra de 1870 –magistralmente narrada por Karl Marx
en su historia de La Comuna parisina- es el símbolo de ese proyecto político.
Pero el proyecto de Bismarck
no era de escala global sino continental y territorial, no marítimo y global,
como el británico. Bismark se opuso siempre, con buen criterio, a imitar al
Imperio Británico en la competencia por una red global de colonias para
controlar recursos naturales. Fue el joven Kayser Guillermo, recién llegado al
trono, quien se empeñó en ese desmesurado propósito, lo que alejó a Bismarck
para siempre del gobierno. Allí comenzó el desastre.
El planeta entero se convirtió
por primera vez en el tablero de una competencia por el control físico de los
recursos naturales en todo el globo. Nuestra Guerra del Pacífico fue, por
ejemplo, el zarpazo del Imperio Británico y su aliado estratégico en estas
tierras –Chile-, cuando vio amenazadas las inversiones chilenas e inglesas en el
salitre expropiado por un ingenuo gobierno boliviano al que los peruanos nos ofrecimos
a defender. La sociedad chilena con el Imperio Británico, sin embargo, era
inquebrantable. Se originaba en el control del Estrecho de Magallanes, el paso
del Atlántico al Pacífico, estratégico para el dominio de los océanos por el
Imperio Británico.
Del tablero de la competencia
por los recursos naturales globales se pasó al armamentismo. La Gran Guerra,
como le siguen llamando en Europa a la Primera Guerra, fue la consecuencia inevitable.
El efecto no deseado, la consecuencia no querida por nadie –ni siquiera por el propio
Marx, que advirtió del peligro- fue la revolución comunista no en las economías
centrales del mundo de entonces –Inglaterra, Alemania- sino en Rusia, el país
más atrasado y con el campesinado más grande de Europa. El proyecto político bolchevique
de una revolución comunista en Rusia estaba condenado al fracaso, como Marx
había advertido, pero tomó 70 años en derrumbarse.
Luego de la Segunda Guerra,
los británicos organizarían la lotización ordenada de su Imperio con la
creación del Commonwealth. Hasta hoy mantiene gobernadores británicos desde Canada
hasta Australia. Con fracasos monumentales, como en Medio Oriente, y éxito desigual
en otras partes, para bien o para mal, las instituciones británicas quedaron
para siempre alrededor del globo. Comenzando por el idioma y siguiendo por la administración
estatal, son la clave en el mundo de hoy de la inserción relativamente menos
intrincada de Australia, de la India, de Sudáfrica en la economía global.
Es que la historia precipita
en años lo que le toma siglos preparar.