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MEDIA
COLUMNA
“Solo
nos queda la
calle”,
dijo la oposición
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Aparentemente,
el entorno de Pedro Castillo tortura al mandatario con el fantasma de la
“humalización”. A saber, que sería para él una verguenza y un deshonor repetir
la “hoja de ruta” de Ollanta Humala que, en esa versión interesada, es una
especie de traición a los ideales de izquierda para abrazar el culto satánico
del neoliberalismo.
Esa
acusación, sin embargo, no es sino una mala lectura de los hechos de la historia
política latinoamericana, en la que son muchos los casos en que esa transición ha estado llena del mérito de gobernantes que a mucho honra y con
sacrificio hicieron ese camino por el bien de sus pueblos. Humala no es sino uno
más -y ciertamente no el paradigma- de la larga lista de mandatarios que, en el
trance de colisión de su ideología con la realidad, tuvieron la valentía y la
honradez de dejarla de lado para elegir lo que mejor convenía al país que se le
había encomendado gobernar. Los nombres de ilustres presidentes que llegaron al
poder con un programa de izquierda radical pero tuvieron la lucidez de deshacer
en una segunda oportunidad los errores monumentales cometidos en la primera
incluyen, por ejemplo, al presidente boliviano Víctor Paz Estenssoro, quien en
su segundo gobierno deshizo los males causados en el primero. Nada menos que al
propio Alan García el pueblo peruano le concedió generosamente la oportunidad
de hacer lo mismo, y lo hizo.
Y están
también aquellos otros que, sin necesidad de ensayar el error, no bien
conocieron las circunstancias reales en que les había tocado en suerte gobernar,
moderaron o incluso desecharon su programa inicial y comprendieron por la sola
fuerza de la lucidez que los hechos obligaban a esa transición en el curso de semanas
o meses, y lo hicieron sin traicionar sus convicciones primeras. Destaca en el
Perú entre todos ellos especialmente el nombre de Alberto Fujimori.
En ese
mismo camino ha llegado para Pedro Castillo la hora de tomar la decisión
política de su vida. La misma que tomaron los estadistas que en su hora crucial
se negaron a ser una triste anécdota más en la historia de su país, que es la
de quienes nunca aprendieron a gobernar por no querer negociar incluso si el
pueblo le entregó un poder dividido entre el gobierno y la opósición. Negociar
no es un deshonor, es un mandato y un deber cuando el pueblo vota así.
Por lo
mismo, ha llegado también la hora de que la oposición comprenda lo que le toca
en este momento. Luego de renunciar democráticamente a los llamados de algunos
que en la primera hora hablaban de tocar las puertas de los cuarteles, la
oposición ha empleado un año entero en
agudizar el conflicto de poderes para intentar la vacancia de la Presidencia sin haber alcanzado antes los votos
del Congreso. Sin comprender
ahora que ese camino ya es practicamente inviable, insiste en lo mismo. Algunos, sin embargo, llevados por el desencanto, van más alla y lanzan un
grito de batalla que cae ya fuera de la democracia, la ley y el Estado de
Derecho: “solo nos queda la calle”.
Pies bien, la calle tuvo su oportunidad una vez más en la última de las marchas que meritoriamente han contenido a lo largo de este año los avances de los sectores extremistas en el gobierno. Deben continuar pero no en el objetivo de conseguir la vacancia por la vía de los hechos consumados del golpe de masas, prolegómeno de la guerra civil a la que nos dirigimos ciegamente por ese camino. Hoy, las últimas marchas convocadas tanto para forzar la vacancia como para cerrar el Congreso han sido un fiasco. Sí, un fiasco - digámoslo con todas sus letras-.
Es hora ya de entender que no habrá vacancia, ni golpe de la calle, ni disolución, ni constituyente, porque el pueblo peruano no quiere ninguna de esas cosas. Y que lo que queda, además de mantener la presión para detener al extremismo, es que Pedro Castillo comprenda que no hay deshonor ni vergüenza en la decisión política más importante de su vida, que es la de renuciar a la asamblea constituyente -como ya lo hecho al rechazarla rotundamente- para dar luego los pasos que hagan posible alguna gobernabilidad aunque sea provisional que permita sacar al Perú de la parálisis en que se encuentra.
Para
gobernar hay que tener como estandarte la gran sentencia de Bismarck: “la política es el arte de lo posible”.
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