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MEDIA
COLUMNA
Ni
vacancia ni disolución
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Las marchas
le han arrebatado limpiamente a la izquierda el monopolio de la calle, que tuvo
por 40 años.
Este es
un logro tan fundamental en sí mismo que resulta un error atarlo al objetivo ya inútil de
una tercera vacancia de la Presidencia.
Ho se se
comprende por fin que sería un gravísimo error remover inconstitucionalmente al
presidente mediante un golpe de la calle.
Pero es una
sátira amarga que, habiendo vacado la Presidencia ya dos veces en los últimos
cinco años, no se entienda que eso no ha servido para corregir ni uno solo de los
males del país y que hayamos descendido cada vez un peldaño más en dirección a un
peor estado de cosas.
Castillo
está en el gobierno, no en el poder. Cerrón se las arregla para recuperar espacios
cada vez que Castillo echa del gabinete a uno de sus hombres-cuota. Si de desestabilizar
se tratara, la censura ministerial sistemática sería un objetivo político para
el Congreso. Pero no basta desestabilizar por desestabilizar. La oposición debería
haber entendido cinco años atrás que el pueblo no acepta una discusión
bizantina cuando el hambre está en las puertas.
Los tres
movimientos políticos actuales: la izquierda, el liberalismo y la derecha -de
partidos ya ni hablemos- comparten el mismo error; su absoluta incapacidad de autocrítica.
Ninguno tiene nada que proponer.
La
izquierda empuja por enésima vez su revolución rancia, esta vez desde el
gobierno, sin ser capaz de preguntarse siquiera por qué sus intentos desembocan
una y otra vez en la misma pesadilla.
La
derecha plantea un listado de lavandería inorgánico para volver al estado de
cosas anterior a este desastre, como si eso fuera aceptable como programa. No
hay vuelta atrás.
El
liberalismo repite mecánicamente que el mercado resuelve sus fallas por sí
mismo. Eato, ante el fracaso clamoroso de los organismos reguladores constitucionalmente
empoderados para defender al ciudadano no solo ante la empresa privada sino
ante el Estado. El modelo económico falló porque las reguladoras fallaron, ya
sea por debilidad o complicidad con el mercantilismo público-privado. Contradiciendo
la esencia misma del liberalismon, ninguno de los centros privados de
pensamiento liberal dijo nada.
Y ahora,
como toda respuesta al intento de vacar por tercera vez la Presidencia, el
gobierno amenaza al Congreso con disolverlo con el viejo truco de la “negación
fáctica”.
En
América Latina, en el Perú especialmente, el conflicto de poderes se ha exacerbado.
Nadie escucha al otro y cada uno repite a gritos como un mantra su propia media
verdad, su mentira. Ambos lados esgrimen su bala de plata en una guerra de
trincheras en la que ya nada se mueve. Comienzan a sospechar que, como en toda guerra
fría, no habrá un ganador sino dos perdedores.
Qué va a
pasar, pregunta el ciudadano. No va a pasar nada. No habrá vacancia de la
Presidencia ni disolución del Congreso.
Cada vez
está más claro que la única salida de este entrampamiento es una tregua que
permita una convivencia hasta que sea posible el salto cualitativo para escapar
de la trampa de la democracia de baja gobernabilidad.
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