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MEDIA COLUMNA
Lecciones de la paz con
Ecuador para lo de Chile
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Transcurrió un aniversario más
del Acuerdo de Paz con Ecuador y, pese a que el presidente de la República tuvo
una reunión con el mandatario ecuatoriano, una vez más le faltó la generosidad
de recordar la firma de ese histórico tratado un 26 de octubre de 1998 en
Brasilia.
Hoy que tiene entre manos un
dilema difícil con los chilenos, le convendría aprender, no obstante, las
lecciones que esa historia nos dejó.
Ya que no es posible ignorarlo
sine die, para resolver el asunto del triángulo de playa en la frontera con
Chile parecen barajarse dos alternativas: recurrir al arbitraje del presidente de
EEUU o negociar el tema de manera bilateral. Es un falso dilema.
El Perú claramente favorece la
primera alternativa, prevista en el tratado de 1929. Chile, en cambio, no parece
querer ninguno de los dos caminos, luego del vía crucis de la Corte de La Haya y
la frontera marítima. Chile parece deslizarse de regreso hacia la tesis de la
inexistencia del problema, a la negación de la realidad. Este es el verdadero
dilema: negarlo o enfrentarlo.
La experiencia del Acuerdo de
Paz con Ecuador revela que fue fundamental el arbitraje de los países garantes –aunque
no se le diera ese nombre a su participación-. Pero revela sobre todo que, para
que la propuesta de los garantes tuviera fuerza vinculante primero hubo negociación bilateral de ambas partes a
solas –diplomacia presidencial se le llamó-. El acuerdo fue posible gracias a
la decisión política de las partes. La lección es que la fuerza vinculante no
vino, pues, de un tercero empoderado como árbitro, que puede o no ser útil, sino
de la decisión política.
Así, pues, no es esencial para
el Perú anteponer el arbitraje a la negociación, que pueden ser fases de un mismo
proceso. Lo esencial es que Chile tome la decisión política.
Tal decisión, no obstante, solo
puede provenir de un gobierno fuerte. Y el de Michele Bachelet, hasta el
momento, presenta todos los síntomas de uno débil. Es un gobierno con un problema
de identidad, que aun no ha dejado atrás la contienda ideológica para dar paso
al pragmatismo. Aun tiene dentro de sus filas a los comunistas que le ayudaron
a llegar, y no es capaz de tomar la decisión de dejarlos ir para poder
gobernar.
Esta pugna –que parece un asunto
moral más que uno político- es la causa de su parálisis y de la debilidad que
le impide por ahora ir al proceso para resolver el contencioso con el Perú.
Tenemos que esperar paciente y
respetuosamente, entonces, a que el gobierno actual de Chile tome su decisión,
lo que con seguridad hará porque la esquizofrenia de la situación actual no le
permitirá a Bachelet gobernar.
Al Perú, mientras tanto, le basta
con poner en conocimiento de la comunidad internacional, y recordarle cada
cierto tiempo, que está listo y dispuesto a resolver este tema por el camino
que sea. Con el Ecuador perdimos el temor a enfrentar un tema mucho más difícil,
que originó una guerra. Este otro, luego de 200 años, es el último de nuestros asuntos fronterizos y no es sino una piedra en el zapato en el camino hacia una
gestión en común con nuestro vecino de nuestros intereses ante la economía
global del siglo XXI.
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