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MEDIA COLUMNA
No le están diciendo
la verdad al país
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Años atrás, cuando
Michel Camdessus tenía el puesto de Christine Lagarde en el Fondo Monetario
Internacional, realizó luego de un viaje al Africa unas declaraciones que se
apartaban de la línea dura del FMI de aquel entonces. La revista británica The
Economist, que era entonces distinta de la de hoy, tituló maravillosamente: “el
Señor Camdessus se ha vuelto nativo” (“Mr. Camdessus has gone native”). Es una
expresión usada en tiempos del Imperio Británico para referirse a los súbditos
en las colonias que habían asumido las costumbres locales y perdido todo rastro
de una conducta admisible en la “civilización”.
Salvando las distancias y
el tiempo, al parecer nos hallamos en la necesidad de, con perdón de los
nativos, preguntarnos si el BCR no se ha vuelto nativo.
Declara, por medio de un
alto funcionario, que la economía habría crecido más de
4% en diciembre pasado y que, considerando lo crecido en noviembre (3.96%), estaríamos
cerca de lo que el BCR había profetizado para el año 2015: un crecimiento de 2.9%.
Solo que no le está diciendo al país la verdad.
Según un reconocido
economista que ama al Perú sinceramente y lo visita regularmente desde que
trabajara en el FMI años atrás, lo único que crece es el consumo del gobierno en cerca de 20%, y la
exportación de toneladas de cobre, en 10%. Pero el consumo del gobierno –adelanta-
“se derrama en burocracia y transferencias o subsidios, consumo público
improductivo que después va a ser difícil cortar”. Y, en cuanto al cobre, se exporta
10% más, pero se paga 30% menos que hace un año. “Solo si uno vive en
la ficción de mantener los precios constantes (en el año base) puede decir
que estamos 10% mejor cuando los ingresos en dólares han caído 20%”, remata.
“Están estirando las cifras
para cerrar el 2015 con un 3% en el papel, que aguanta todo”. Y la ironía –agrega-
es que, cuanto más levanten las cifras de 2015, más va a caer el PBI el 2016, porque
estarán comparando con estas cifras infladas del 2015.
La estocada final ante este autoengaño
colectivo organizado por el gobierno, es esta: “es una lástima que ahora se
sume al BCR”.
En efecto, el BCR ha venido
dando una batalla épica contra la inflación -como es su mandato constitucional-
obligando a bajar el precio de los combustibles, lo que el gobierno –cómplice de
las refinerías- no empuja por no perder los impuestos que recibe. Todavía falta
un 20% de reducción, señala hoy mismo.
El BCR ha venido señalando
valientemente también que la tarifa de electricidad no tiene por qué subir
junto con el dólar, porque no hay insumos importados en la producción de electricidad.
Pero lo que hace con una
mano lo borra con la otra cuando, por no confrontar al gobierno humalista –que cocina
mentiras-, no defiende a los peruanos diciéndoles la verdad sobre el estado de su
economía. Porque si el BCR se vuelve nativo, ya no queda nadie.
REPORTE DE NOTICIAS en Internet
Las
siguientes notas periodísticas de política y economía han sido seleccionadas,
editadas y ordenadas
temáticamente. No se las debe citar como
tomadas directamente de sus fuentes originales, las mismas que se indican sólo
como una forma de reconocer el crédito y agradecer la cortesía.
LIBERTAD ECONOMICA,
GLOBALIZACION, REFORMAS, INVERSION
El Comercio
La economía
peruana habría
crecido más de 4% en diciembre pasado, como lo proyectan los indicadores
adelantados y por efecto del avance de noviembre (3.96%), estimó hoy Adrián
Armas, gerente de estudios económicos del Banco
Central de Reserva (BCR).
Se confirmaría en tal caso una mayor expansión del cuarto trimestre
del año pasado con relación a los tres anteriores.
Consideró que las previsiones que tenía el BCR para el año, con un crecimiento de
2.9%, se estarían cumpliendo. "Bastaría que el Producto Bruto Interno (PBI)
en diciembre crezca a una tasa similar a la de noviembre", aseveró.
“Con 2.74% en el acumulado de enero a noviembre y, de tener una
cifra en diciembre que sea similar a noviembre (3.96%), estaríamos muy cercano
al 2.9%” de crecimiento del año 2015, indicó Sánchez.
ELECCIONES, PARTIDOS, ENCUESTAS, MEDIOS,
PSICOSOCIALES
El Comercio
Julio Guzmán, qué difícil es ser “outsider”
Carlos Meléndez
Hace dos años, un anónimo economista rondaba cafés y
oficinas universitarias compartiendo su sueño con sus interlocutores: ser el
próximo ‘outsider’ de la política peruana y ganar las elecciones del 2016.
Había elaborado artesanalmente un discurso político motivador: el país no
necesita “incluir”, sino “integrar”; no se trata de dos realidades polarizadas
(lo que supone el primer término), sino de una comunión (que sugiere el
segundo) basada en una esquiva identidad nacional.
Por entonces, este aspirante creía firmemente en un
partido propio –que se llamaría Movimiento Integración–, ensayaba un símbolo
–el torito de Pucará– y aguardaba el empujoncito que Gastón Acurio –una suerte
de “garante” mediático– podría darle a su candidatura luego del lobby
respectivo. “Los peruanos esperan un nuevo candidato, joven, técnico, que venga
de abajo –citaba referencias de encuestadores–. Yo cumplo ese perfil”, sustentaba.
Por entonces, el camino hacia Palacio se fundaba más en
una utopía que un plan de acción, sobre todo si se consideraba la carencia
total de experiencia en política electoral de nuestro protagonista. Dos años
después de aquel verano, en el que muchos lo creyeron ingenuo o loco, Julio Guzmán pasa
por su mejor momento. Ha dejado atrás al pelotón de “enanos” y ha alcanzado una
popularidad similar –si consideramos el margen de error– al de dos ex
mandatarios.
¿Cómo surge este inesperado retador del establishment
político a cuyos integrantes etiqueta de “dinosaurios”? ¿Cuán difícil es
convertirse en el ‘outsider’ del 2016? El breve camino político de Guzmán ha
sido intenso, pero ni en las circunstancias más difíciles perdió la fe en sí
mismo. Ese es el primer ingrediente de la poción mágica que, al menos por
ahora, lo ha elevado a las portadas de la prensa.
En marzo del 2014, el dilema de Julio Guzmán pasaba por el partido propio
(Movimiento Integración) o el “vientre de alquiler”. En sus reuniones con
politólogos y analistas –se dice que también habría viajado a Harvard para
sostener reuniones privadas con peruanistas de esa casa de estudios– evaluaba
los pros y contras de dicha decisión. Debido a la escasez de recursos
económicos, terminó por descartar la primera opción, así que empezó a
considerar aproximarse a organizaciones ya inscritas. Había echado el ojo a Acción
Popular y a Unión por el Perú. Todos por el Perú (TPP) ni siquiera estaba en su
radar.
Varios le aconsejaron aproximarse a dicho partido
tecnocrático, una suerte de SODE posreforma de ajuste. TPP había naufragado
milagrosamente a las estrepitosas derrotas de las alianzas electorales en las
que participó – Unidad Nacional en el 2001, el Frente de Centro en el 2006 y
con Solidaridad Nacional en el 2011– y se habían quedado con un activo incómodo
–una inscripción partidaria vigente– para los planes personales de sus
integrantes decepcionados del trajín político, algunos de ellos asociados a la
consultora Macroconsult.
Guzmán calzaba perfectamente con el perfil del
“militante” promedio de TPP: economista interesado en asuntos públicos, con el
bichito de la política rondando. Aunque la relación con los apoderados de TPP
no era necesariamente entrañable (apenas se conocían), el acuerdo fluyó
fácilmente. Julio
Guzmán necesitaba
un partido inscrito y en TPP predominaba el pesimismo sobre la continuidad del
proyecto político. Era un equilibrio perfecto, un escenario win-win.
“Julio, aquí te damos un cheque en blanco, pero
recuerda que es un cheque sin fondos”, le dijo uno de los históricos miembros
de TPP a Guzmán cuando le cedieron la posesión del partido. Aunque al inicio
Guzmán invocó a muchos de quienes habían pasado por el activismo de este
partido, en el mejor de los casos consiguió que algunos participaran como
observadores o “militantes de base”. No hubo grandes continuidades y
rápidamente el partido tomó la arista personalista de un aspirante a
‘outsider’.
Aunque Julio
Guzmán ha
señalado que se siguieron procedimientos de democracia interna para la
“transferencia generacional de liderazgo”, en la práctica le cayó del cielo un
partido en orden, con prestigio, honrado, sin anticuerpos y sin dueños
caudillistas. ¿La suerte del campeón?
Entre noviembre y diciembre del 2015, la candidatura de
Guzmán pasó por su peor momento. “No tenemos plata, hermano, así es difícil que
nos conozcan fuera de Facebook”, confesaba uno de los encargados de la
movilización juvenil en Lima. Muchos de los analistas, periodistas y técnicos
que animaron a Guzmán a la empresa más difícil de su vida empezaban a tomar
distancia. Los amigos aportantes –la mayoría a título personal antes que
empresarial– cortaban el caño.
Para muchos resultaba vergonzoso ser identificados con
un candidato que, a inicios de diciembre, figuraba con 0,4% (según Datum). Solo
quedaban aferrados a la esperanza el núcleo de confianza del candidato –otros
tecnócratas cuarentones del ‘Sanhattan’ limeño– y la red de jóvenes
universitarios y profesionales que había articulado en Lima y Arequipa,
principalmente. “Son unos ‘believers’, hermano”, se- ñalaba un cercano a Guzmán
al hablar de sus bases juveniles. “Julio no sale de ‘otros’ (en las encuestas),
pero estos muchachos siguen ahí”.
Quizá sin saberlo, Julio
Guzmán había
despertado mística entre sus jóvenes seguidores. Hay un elemento de
identificación sociológica entre el candidato y sus ‘believers’. En diciembre,
me invitaron a dar una charla sobre historia electoral a unos cuarenta ‘jóvenes
morados’. La gran mayoría provenía de distritos emergentes, con padres o
abuelos migrantes, y estudiaban en universidades (públicas y privadas) de
prestigio consensuado.
“No hay ninguno de la Vallejo”, dijo entre bromas uno
de los asistentes. Se reconocían en la historia de Guzmán, desde su origen
popular (casa materna en San Martín de Porres) hasta la aspiración del
profesional competitivo (socio de Deloitte). Además, creen en el mito de la
educación “sin estafas”. Así se entiende mejor el posicionamiento del candidato
presidencial en los temas referidos a la promoción del talento y a la reforma
universitaria: Guzmán les hablaba a sus ‘believers’.
El entorno que dirige la campaña comparte esta fe – más
reflexiva, menos sentimental– en la candidatura de Guzmán. Se trata –la gran
mayoría– de tecnócratas que bordean los 40 –muchos economistas–, con un pie en
el máster en el extranjero y el otro en la consultora sanisidrina, quienes
suman masa crítica al proyecto. El economista Edmundo Beteta se puso al hombro
la elaboración programática desde el inicio. Hoy, él y Rudy Bezir son claves en
lo referido al plan de gobierno. Carolina Lizárraga aporta su experiencia en
lucha contra la corrupción.
Los jales más “tíos” –Francisco Sagasti y Daniel Mora–
abren nuevos espacios –la cooperación internacional y la tecnocracia
educacional– a los que no accedía con facilidad el candidato. Además, se
mantienen vínculos claves con redes profesionales peruanas en el extranjero.
Aunque guarde reminiscencias con los ‘PPKausas’ del 2011, TPP es más modesto en
términos de recursos pero más sofisticado en reflexión.
Cuando Carlos Iván Degregori escribió “Qué difícil es ser
Dios”, buscaba entender el caudillismo mesiánico que maléficamente había
erigido Abimael Guzmán. Esa combinación de religión, revolución y muerte era un
signo totalitario de la política del siglo XX. En el siglo XXI, otro Julio Guzmán intenta representar la utopía política
peruana contemporánea, aunque más mundana, igual de efectiva en términos de
alcanzar el poder: la de convertirse en el ‘outsider’ antiestablishment que
desaparezca de una vez por todas a los “dinosaurios” políticos. Pero en la
actualidad más que conquistar la devoción de los peruanos, lo que se intenta es
capitalizar el descontento.
Guzmán es el ‘outsider’ de estas elecciones (su paso
por la administración pública no le sumó capital político). Pero no todos los
‘outsiders’ son elegidos. Hasta antes de las encuestas de esta semana, Guzmán
sufría para conseguir entrevistas en televisión y su equipo buscaba el endose
de alguna figura mediática para acortar la brecha de desconocimiento público,
que es su principal debilidad por ahora.
Su salto en las encuestas y el abrazo con Efraín Aguilar lo ayudarán a que le abran más puertas
de financistas y de hogares en sectores populares. Pero también llegará el
escrutinio de su vida familiar y profesional que lo pillará sin escuderos.
¿Cuán real es su conexión con la comunidad judía de la cual se especula a
partir de su actual esposa estadounidense que pertenece a dicho grupo? ¿En qué
andan sus 11 hermanos? Recuerden que los ‘outsiders’ pueden ser más fáciles de
desaparecer que los dinosaurios.
El Comercio
Opinólogos y elecciones
Carlos Meléndez
El político cree que los demás son de su
misma condición. Así como hay una especie de mercado de pases futbolero que
procesa los jales de políticos profesionales a determinados proyectos electorales,
también hay un alineamiento de analistas políticos dispuestos a engreír (y
golpear) candidaturas presidenciales específicas. La cacería de opinólogos
también se ha convertido en parte del ritual de campaña. El crecimiento y la
visibilidad de la opinión en la prensa peruana es un fenómeno digno de
auto-análisis, especialmente cuando arrecia el verano electoral y el (e)lector
naufraga en las olas y contraolas de las corrientes de opinión.
Usted, estimado lector de las páginas de
opinión, identifica opinantes para todos los gustos. Están los
políticos-analistas que ponen su experiencia partidaria al servicio de sus
argumentos que, claramente, trasluce sus inclinaciones ideológicas. También
tenemos al opinólogo consultor, originado normalmente en el periodismo pero con
una cartera de relacionista público al servicio de las más audaces inversiones
extranjeras. La clasificación continúa con quienes sustentan sus argumentos
basados en la reflexión académica. Quizás sean los politólogos los más figurettis
y, a la vez, los más antipáticos entre los integrantes del gremio opinológico.
Lo que usted debe alertar, estimado lector,
es que cada uno de estos tipos tiene su sesgo particular. El partidarizado es
el más evidente, pues conducirá el agua de las ideas para sus molinos
políticos. El mercader de la opinión, por su parte, porta el sesgo del dinero y
facilita sus opiniones a los intereses mercantiles de sus clientes. El
académico tampoco se salva porque las universidades se han politizado (ya sea
como brazos políticos de candidaturas o como resultado de pugnas con poderes
fácticos como la Iglesia Católica). Estos opinantes no le hablan al (e)lector
que busca información, sino a sus públicos objetivos: al militante partidario
que busca una defensa articulada de su causa, al empresario que quiere influir
en el sistema de toma de decisiones ante un Estado debilitado, al universitario
adolescente que está aprendiendo a reconocer su microcosmos político,
respectivamente.
El problema radica en que la mayoría de los
tipos ideales de opinólogos descritos tratan de hacer pasar su opinión por
“objetiva” o, sencillamente, no explicitan las influencias y tamizan sus
opiniones. ¿Sabe usted a qué partido, empresa o universidad le responde su
analista favorito? La ausencia de transparencia permite la especulación y
facilita la acusación (y calumnia) gratuita. Pero sobre todo engaña al lector.
Prefiero leer mil veces al columnista que sé a qué tribuna le dedica sus textos
–porque explicita su carga ideológica– que a quien tira la columna y esconde el
recibo por honorarios.
Las líneas editoriales de los diarios seleccionan su oferta de opinión bajo sus propios criterios (sesgados) y quienes decidimos participar en ellos asumimos –a veces a regañadientes– la curaduría, incluso a pesar que se declara “pluralidad”. Hasta el más “independiente” de los columnistas sabe que no es lo mismo escribir desde un diario que desde la competencia. Pero lo que sí atenta contra la ética profesional es prestarse al servicio de intereses económicos y políticos (que se agudizan en campaña electoral) y vestirse de cordero. Hoy más que nunca –cuando la opinión vende– se amerita una política editorial que evite el engaño masivo a los lectores.
Las líneas editoriales de los diarios seleccionan su oferta de opinión bajo sus propios criterios (sesgados) y quienes decidimos participar en ellos asumimos –a veces a regañadientes– la curaduría, incluso a pesar que se declara “pluralidad”. Hasta el más “independiente” de los columnistas sabe que no es lo mismo escribir desde un diario que desde la competencia. Pero lo que sí atenta contra la ética profesional es prestarse al servicio de intereses económicos y políticos (que se agudizan en campaña electoral) y vestirse de cordero. Hoy más que nunca –cuando la opinión vende– se amerita una política editorial que evite el engaño masivo a los lectores.
El Comercio
¿Caos o renacimientos global?
Felipe Ortiz de Zevallos
Hace algo más de veinte años, en el World
Economic Forum de 1992, Václav Havel, presidente de la entonces Checoslovaquia,
pronunció un elocuente discurso que posteriormente publicó editado como un
ensayo reflexivo. Su planteamiento fue que el fin del comunismo soviético
marcaba también el fin de la era moderna, etapa fundamental en la historia
humana y que se extendió por los siglos XIX y XX.
Para Havel, una característica determinante
de la era moderna era la interpretación del universo como un reloj sofisticado
y complejo, racionalmente ordenado y sujeto a leyes invariables, que el hombre
descubriría gradualmente a través del método científico. Esta cosmovisión, que
se remonta a la Ilustración, tuvo también expresión política en algunos
sistemas, instituciones, mecanismos, e ideologías totalizadoras de diverso
tipo.
“El comunismo –afirmó Havel– constituyó solo
el extremo perverso de esta tendencia. Basado en unos cuantos principios
disfrazados como verdad científica única, constituyó un intento para organizar
toda la vida sobre la base de un modelo simple, sujeto al planeamiento central
y al control continuo, al margen de si eso era o no lo que la vida quería”.
Pero Havel ya vislumbraba, por entonces, que
muchos elementos políticos y económicos, así como no pocas instituciones de
Occidente, estaban constreñidos también por la misma concepción mental. Por
ello apostaba por una transición radical para dejar de asumir el mundo como un
rompecabezas en busca de respuestas únicas y universales a los diversos
problemas. Havel planteó por ello que la política posmoderna debía ser
repensada de raíz.
La globalización, sin duda, ha sido
beneficiosa para la mayor parte del planeta. Desde 1975, por ejemplo, la
esperanza de vida al nacer ha aumentado en 25 años, tanto como desde la Edad de
Piedra a dicha fecha. En 1990, la pobreza extrema superaba al 35% de la
población mundial; hoy, afecta a menos de 10% del total. Pero también, el mundo
se ha vuelto uno más cambiante, volátil, ambiguo e incierto. Todo resulta
posible, pero nada puede asumirse como seguro. Basta ojear cualquier revista
científica para ilusionarse con que la humanidad se halla en el umbral de un
renacimiento deslumbrante, pero los titulares de las noticias cotidianas suelen
ser bastante deprimentes y justificarían una inquietud de que el mundo estaría,
por el contrario, despeñándose en un desorden violento e insoluble.
Parecería haber dos talones de Aquiles en la
globalización: de un lado, una concentración relativa del poder en el 1%
(incluso el 0,1%), aunada a una sensación de marginación en otros grupos que
anteriormente se sentían protegidos; de otro lado, la complejidad de la
transición genera una sensación creciente de fragilidad. Y el ser humano no es
muy tolerante a la incertidumbre. Con una velocidad sorprendente, cualquier
evento de hoy puede afectar a otro, de formas imprevistas incluso. El riesgo de
crisis sistémicas, como la financiera del 2008, o la que podría darse en el
caso de cualquier pandemia, ha aumentado.
La tecnología ha sido una gran responsable de
ello. Cualquier celular nuevo tiene más potencia que las primeras naves
espaciales. Y las computadoras en el 2030 serán un millón de veces más potentes
que las iniciales. La mente humana no es capaz de procesar bien la
transformación que ello va a implicar. La creciente miniaturización y la
nanotecnología van a generar una capacidad invisible en el aire, en nuestros
propios cuerpos, cerebros y herramientas. Los robots ya están reemplazando a
miles de empleos rutinarios. Los autos caminarán sin conductor. La medicina
regenerativa, algún día próximo, podría ampliar la esperanza de vida, sin
deterioro físico. Por todo ello, las reglas que nos trajeron al hoy, ya pueden
no servirnos para el mañana. En la política, como en todo.
¿Cómo procesar esta transformación? Ello va a
requerir de mucha innovación. Al final de la Segunda Guerra Mundial, los países
del mundo sumaban solo 100; hoy, ya son 200. Organizaciones como las Naciones
Unidas, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización
Mundial del Comercio fueron fundadas con grandes expectativas de lo que podían
contribuir a la gobernanza mundial. Actualmente resultan sobrepasadas, no se
dan abasto y han perdido relevancia. Esta peligrosa combinación de crisis en el
liderazgo político con una explosión en el desarrollo del potencial
tecnológico, puede convertir al siglo XXI, según evolucionen las cosas, en el
peor o en el mejor de la historia. Las empresas, los estados, las
instituciones, requerirán mejorar su gobernanza e interacción, así como
establecer nuevas maneras para que sus individuos puedan gestionar
autónomamente sus temas comunes. Así, la política representativa tradicional
puede estar llegando al principio del fin de su vigencia histórica y aún no
sabemos bien por qué la iremos a reemplazar.
Sobre desafío tan gravitante, sería muy útil
recoger las reflexiones de los principales candidatos presidenciales. No solo
qué van a hacer en el gobierno, sino cómo. El futuro ya no es el que era, hasta
hace muy poco.
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