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MEDIA COLUMNA
La definición
misma
de la tragedia
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Todos sabíamos
cómo podía terminar esto.
En el
primer acto, el Congreso había ganado la batalla del adelanto de las
elecciones, pero olvidó hacer un alto para hablar al país sobre esa victoria democrática.
En lugar de eso, cayó en la trampa. En su fuga hacia adelante, el gobierno presentó
al Congreso una cuestión de confianza sobre la elección de los magistrados del
Tribunal Constitucional. El Congreso pudo y debió votarla y aprobarla de
inmediato. Habría evitado el desenlace. Pero prefirió ir a la elección. Pasó sin
transición intermediaria de exigir el retroceso en el adelanto de elecciones
que consiguió -que era fundamental para la democracia-, a exigir elegir a los
nevos jueces del TC -cuya oportunidad no es vital para la democracia-.
No había
ya adelanto de elecciones. La batalla había terminado ya. Pero ante el trapo
rojo de la cuestión de confianza, el Congreso olvidó que el peligro había
quedado atrás, y cayó en el pantano. Aprobó la cuestión de
confianza solo luego de elegir solo a un magistrado. Era el pretexto que el gobierno
esperaba. Avisado estaba, hay que decirlo. Un distinguido jurista, hermano de
un magistrado del TC, había advertido el día anterior que si el Parlamento no
consideraba en primer lugar la cuestión de confianza el gobierno la daría por
rechazada y disolvería el Congreso. El propio Vizcarra reiteró en entrevista que
consideraría rechazo de la confianza que el Congreso procediera a la elección. El
gobierno ya solo buscaba el pretexto para disolver el Congreso. Y el Congreso se
lo alcanzó involuntariamente.
El segundo acto no es sino es el desenlace de lo
anterior. Para cuando Vizcarra llegó en su mensaje al anuncio de la disolución,
el Congreso ya había aprobado la confianza. Lo sabe todo el país, porque lo vio
en la televisión en pantalla dividida entre Palacio y el Congreso. Fue evidente
para todos que ya no había causal constitucional para la disolución. Pero el gobierno
ya tenía el pretexto, y siguió adelante. El Congreso tenía que desconocer
esa disolución inconstitucional. Y procuró a continuación la vacancia de la
Presidencia por segunda vez en el quinquenio. La vieja trampa de Marco Junio
Bruto, creyendo sacrificarse por la República. El Congreso no acabó con el centésimo
émulo del César, terminó suspendiéndolo temporalmente
con 86 votos, porque –nuevamente, hay que decir las cosas como son- no había 87
votos para declarar la vacancia. Y procedió a juramentar a su sucesora.
En el tercer acto, ante la bicefalía de facto, ocurrió
lo que tenía que suceder: las Fuerzas Armadas, no el Estado de Derecho, terminaron
dirimiendo la diferencia mediante comunicado. Pero solo porque las instituciones
políticas habían abdicado. Sin equilibrio de poderes, nuestra democracia de baja
gobernabilidad falló una vez más no solo en crear la ruta para arbitrar por el
derecho una situación creada en los hechos, que se había presentado muchas
veces antes. Peor aun, falló en eludir la tragedia repetida desde hace décadas
y por todos anticipada.
La lección es
que el Congreso debió aprobar la confianza e ir al debate de las modificaciones
al Tribunal Constitucional. No solo en cuanto a la
mecánica para elegir a sus miembros, que es lo de menos, sino para retomar las abandonadas
reformas del sistema de gobierno y rediseñar el equilibrio de poderes retornando
a la bicameralidad para balancear también el poder absoluto del Tribunal Constitucional
mediante un Senado en el Congreso.
Pero, ante el
trapo rojo de la cuestión de confianza, el Congreso siguió al adversario al
pantano constitucional donde hoy nos hallamos una vez más. Hoy, de
pronto, los peruanos nos despertamos para descubrirnos nuevamente flotando en la
irrealidad con un Presidente vacado por el
Congreso convocando a elecciones para cambiar al Legislativo en cuatro meses.
Se puede
y se debe evitar todavía el cuarto y último acto de la tragedia. Pero la lección
es que las guerras se pierden por luchar contra el enemigo equivocado. El caos actual
no favorece sino al enemigo verdadero, que toca las puertas, que obedece al
Foro de Sao Paulo, a Caracas y a La Habana y opera a través de Evo y sus aliados
locales para apoderarse -ahora que pierden el control del petróleo de Venezuela-
de los recursos del Perú para el siglo XXI -el cobre, el litio, el agua-
propiciando el levantamiento del Sur para capturar el poder.
Cambiar el
curso de la tragedia requiere un supremo acto de conciencia. Porque las
tragedias ocurren a pesar de todos los esfuerzos por impedir el desenlace que
todos conocen desde el principio. Es la definición misma de la tragedia.
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