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Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Estados Unidos ha entrado
a competir con la Ruta de la Seda de China, también conocida como la Franja y la
Ruta o Belt and Road. Es la mejor noticia que los países emergentes alrededor
del globo podríamos recibir.
La primera economía del
mundo y dos de sus megasocios –Japón y Australia- han lanzado su propia versión
global de la Ruta de la Seda, llamada la Red de Puntos Azules o Blue Dot
Network. Es el megaproyecto conjunto de la Corporación de Inversión Privada en
el Extranjero (OPIC) de EE.UU., el Departamento de Asuntos Exteriores y
Comercio de Australia (DFAT) y el Banco Japonés de Cooperación Internacional
(JBIC).
La libre competencia en el
mercado es la garantía de que ninguna de las dos grandes redes planetarias va a
poder imponer condiciones monopólicas a las economías emergentes en la
construcción de la infraestructura para el siglo XXI alrededor del planeta. Los
miembros titulares de la Red de Puntos Azules, por ejemplo, formarán un comité
directivo e invitarán a socios que representan a gobiernos soberanos. Esta federación de
independientes apena disimula su intención de aparecer como el “lado luminoso
de la fuerza” contra los “prestamos abusivos” del otro lado. Si
la red de Puntos Azules tiene un manejo aún más abierto y transparente que la
Ruta de la Seda, eso será lo mejor para todos.
Tanto más si, como parece,
EE.UU. y China llegan a un acuerdo para reducir mutuamente sus aranceles a medida
que avanzan las negociaciones para un acuerdo
que ponga fin a la guerra comercial. Esto permitirá que se recuperen los
precios de los metales que exportamos. Eso hará posible crecer más rápido no
solo al Perú y a Chile, países mineros, sino a toda Latinoamérica. Hace falta
salir de la trampa -a la que tontamente
llaman de “ingreso medio” cuando no es sino la cara económica de la democracia de baja gobernabilidad- que es la causa material de lo ocurrido en Santiago,
en Quito, en La Paz, Buenos Aires.
En la competencia entre
EE.UU. y China por los recursos estratégicos globales hay, sin embargo, un
tercer jugador, que no tiene la dimensión económica de los otros dos y recurre,
por lo tanto, a medios de presión política propios del imperialismo crudo de la
Guerra Fría.
Rusia financia en Bolivia,
por ejemplo, la instalación de energía atómica para la explotación del litio. También
un tren bioceánico desde Sao Paulo hasta Ilo en el Perú. Construirá, si la estatal de gas boliviana consigue la licitación, un gasoductoķ la rusa
Gazprom para abastecer al Sur del Perú de gas boliviano. Una iniciativa
inaceptable para el Perú, que pondría la energía del Sur en manos de Bolivia. O
se, de Evo Morales.
Rusia sigue financiando la
continuidad del desastre económico venezolano tratando inútilmente de impedir
su naufragio final. Y mira con simpatía el enésimo intento fracasado de
exportación del castrismo mediante las delirantes operaciones de inteligencia
cubana para desestabilizar gobiernos latinoamericanos. ¿Cuál es su propósito?
¿Agenciarse gobiernos amigos para acceder a través de ellos al control de los recursos
naturales? Esa olla se ha destapado. El juego es demasiado evidente. Un plan de
esa índole parece una grotesca caricatura:del “lado oscuro de la fuerza”.
Las potencias mundiales tienen
que meditar cuidadosamente sobre el modo de acercarse a las economía emergentes
por los recursos naturales para el siglo XXI. Latinoamérica no olvidará fácilmente
lo que se ha hecho aquí en estos meses, ya que, aunque la causa material de la
violencia fuera la falta de igualdad de oportunidades, a nadie se le escapa que
su causa eficiente ha sido el sabotaje. Y los responsables serán puestos muy pronto
ante los ojos de la comunidad internacional.
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