jueves, 28 de noviembre de 2019

MEDIA COLUMNA miércoles 27 noviembre 2019



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MEDIA COLUMNA
Los monopolios privados


Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com



Un decreto de urgencia ha aprobado la ley de Control de la Concentración Empresarial, también llamada ley de fusiones. Es una ley antimonopolio, pero en el Perú nunca llamamos a las cosas por su nombre.

¿Existen hoy en el Perú monopolios privados o públicos? Juzgue el lector. A grandes rasgos, las primeras veinte megaempresas del Perú suman ingresos por unos 50 mil millones de dólares anuales, una cifra equivalente al 25% del PBI. De las veinte, cuatro están en energía, cuatro en minería, cuatro en finanzas, cinco en comercio, dos en telecomunicaciones y una en salud. 

En energía, una es estatal y la otra privada: Petroperú y Repsol. En minería, las cuatro son privadas: Antamina, Cerro Verde, Southern y Las Bambas. En finanzas, tres son bancos privados: BCP, BBVB y Scotia. En comercio hay cinco grupos privados: Intercorp, Ferreycorp, Supermercados Peruanos, Trafigura y Cencosud. Los dos en telecomunicaciones son Telefónica y Claro (Carso). Finalmente, EsSalud vive en un limbo sui generis: no es formalmente estatal ni realmente privada.    

Son, pues, entre dos y cinco las empresas a la cabeza de cada sector, apenas un puñado. Y diez son privadas. Dos son públicas (o semipúblicas): Petroperú y EsSalud. 

Dejando de lado a las mineras -que no se relacionan con el consumidor directamente-, ¿qué probabilidad existe de que en cada uno de esos cuatro sectores en el Perú –energía, finanzas, comercio y salud- prevalezca la competencia libre en beneficio del consumidor antes que el monopolio, el oligopolio o la concertación en su perjuicio?

Son muy pocas las megaempresas en cada sector de nuestra economía, y es fácil la concertación entre ellas. Por eso no basta con legislar la concertación a futuro. La regulación al presente es necesaria. Veamos.

La primera ley antimonopolio fue la del gobierno de Theodore Roosevelt en Estados Unidos hace un siglo contra el monopolio petrolero de la megaempresa Standard Oil de John Rockefeller. Dio lugar a una decisión judicial que obligó al hombre más poderoso del país a divider su imperio en 36 empresas diferentes. Después de eso, no obstante, fue aun más rico que antes. Conclusión tentativa: no es solo, entonces, que el monopolio -privado o público- sea perjudicial para el consumidor, sino que lo es para la propia empresa pública o privada que lo maneja, para cada economía en particular y para la economía global. Hay interés público en la libre competencia no solo en defensa del consumidor, sino de la libertad de la economía.  

¿Cómo pudo ocurrir entonces la concentración que condujo a las empresas “demasiado grandes para quebrar”? Su origen es posible rastrearlo hasta la decisión política que Nixon se vio obligado a tomar en 1971 al romper el vínculo del dólar con el oro, vigente desde Bretton Woods en 1944. El déficit fiscal generado por la guerra de Vietnam en defensa de Asia no le dejó otro camino. Hasta Milton Friedman estuvo de acuerdo en que no había otra salida. El resultado es que desde entonces la marea creciente de dinero fácil y barato en la economía global distorsiona las señales para la inversión en todo el planeta. Desvía la inversión global hacia la economía virtual de las finanzas de Wall Street apartándola de Main Street USA y de las economías reales en todas partes hasta crear las megaburbujas globales que vemos colapsar. El mecanismo es este: el dinero fácil y barato multiplicó a escala global las fusiones y adquisiciones de megaempresas entre sí. Estas no siempre crean riqueza nueva y, más bien, siempre traen aparejado el peligro de la concertación o sus formas agravadas, el oligopolio y el monopolio. Es lo que hace la plata barata.

Nunca acabarán los males derivados de la decisión política de Nixon hasta que volvamos a tener un referente del valor, una estrella polar en el firmamento que guíe a las naves de la economía global. Pero la lección para nosotros aquí y ahora es que, como muestra la experiencia, no bastan una ley de control de la concentración empresaria ni un organismo regulador –el Indecopi, si vamos al caso- si este no puede abrir a la libre competencia un mercado cerrado.  


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