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MEDIA COLUMNA
Shan Gri La
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
Aparte de la maravillosa música de Burt Bacharach, nada
tiene de especial el musical de los 70 montado en un gigantesco escenario hollywoodense
sobre la estrafalaria idea de un misterioso paraíso oculto en medio de los nevados
del Himalaya, que lleva ese nombre: Shan Gri La.
Nada, salvo que es la misma idea-fuerza tras las
cruzadas del ambientalismo de hoy.
Es comprensible la fascinación de nuestro ruidoso mundo
moderno con un imaginario mundo perdido fuera del tiempo que aun podría existir
–ya que no en las últimas sociedades primitivas no contactadas que Claude Levi-Strauss
vaticinó que no llegarían al siglo XXI- al menos en la versión mística de Macchu
Pichu en los Andes, o en la enigmática reserva de Paracas, o en algún prístino
paraje amazónico intocado con el misterioso nombre de la Sierra del Divisor.
La noción de que tales paraísos son un “sistema” es una
puesta en valor. Ese lenguaje no es una vejación de la epifanía. La
yuxtaposición es resultona.
Todo “sistema” lucha por seguirlo siendo. Dice Borges,
citando a Spinoza, que “la piedra quiere seguir siendo piedra y el tigre un
tigre”. A esto le llaman homeostasis, el impulso natural a la autoregulación
que mantiene en un equilibrio constante a un organismo vivo. Toda trayectoria
vital, sin embargo, por definición está amenazada siempre.
Como fenómeno natural, un “sistema” está sometido a
leyes naturales, a la segunda ley de la termodinámica especialmente, que
consiste en la pérdida gradual de su energía y en su progresiva desembocadura en
la entropía que indefectiblemente lo llevará a su desorganización, al caos y a la
parálisis final.
Impedir ese proceso natural es la cruzada imposible a
la que se aboca el ambientalismo. Retrasarlo en lo posible al menos es la lucha
a la que se sienten llamados jóvenes conservacionistas en Paracas, en Machu Picchu,
en la Sierra del Divisor.
Todo sistema está en proceso de cambio. Este puede ser
observado, comprendido y eventualmente intervenido con éxito. Pero eso es algo
muy distinto de un Shan Gri La, un paraíso místico fuera del tiempo, un lugar donde
cada forma de vida animal o planta es sagrada. Es una forma de panteísmo creer
que la presencia divina se manifiesta en todas y cada una de las cosas
naturales.
Esos dos planos se confunden fácilmente, sin embargo, y
más fácilmente aun en las mentes jóvenes que idealizan platónicamente procesos
naturales a los que ya el propio Aristóteles despojó de toda mística superflua.
Requiere un acto de humildad aceptar la realidad tal
como es, y no como debería ser según nuestra vanidosa imaginación. No hay que
olvidar nunca y jamás perder de vista que, si un sistema “quiere” preservarse,
su continuidad depende de su proceso de cambio.
Hace siglo y medio que Charles Darwin escribió que la
dura realidad es que en la naturaleza es la especie más apta la que sobrevive.
En eso consiste la evolución.
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