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Inmunidad perdida
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
La pérdida de la inmunidad parlamentaria es
percibida como una ofensa contra “la majestad del Congreso”, según la frase de
manual.
Pero no parece cierto que la inmunidad haya servido
nunca de escudo protector para parlamentarios inocentes. No se recuerda en los
últimos 40 años que la inmunidad haya impedido que fuera detenido abusivamente o
procesado indebidamente un parlamentario probo.
Más bien, en casi todos los casos lo que hubo
fueron actos cometidos por parlamentarios contra la ley o el reglamento del
Congreso, que alguien –el agraviado o la prensa- denunció y que, sin embargo, fueron
sancionados solo ocasionalmente y solo cuando el responsable carecía de votos para
blindarse.
Es la arbitrariedad lo que subleva a la
opinión pública, el cinismo impune ante los ojos de todos.
Una y otra vez indefectiblemente, año tras
año, aparece el asesor o el asistente parlamentario que denuncia que el
congresista le ha recortado el sueldo. Pese a toda advertencia, contra todo
buen juicio, el mismo acto es repetido cansinamente como un guión funesto. Uno
creería que ya no queda nadie en el país que no haya aprendido la lección. Se
equivoca. Nuevamente vemos lo mismo. Inevitablemente en cada nueva legislatura alguien
cree que no será descubierto, que se saldrá con la suya, que el Congreso fue
inventado con su llegada. Y cae. Es un acto fallido con una especie de fruición
culposa que una risa tonta traiciona.
Por eso se perderá la inmunidad parlamentaria,
que nació para ser una garantía de la justicia. Porque justos pagan por
pecadores. No hay nada más que decir.
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