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MEDIA COLUMNA
Arequipa por fin lo dijo
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
La realidad
se muestra en todo lo puede.
Pero pasa
inadvertido para la mayoría –incluso la prensa- que el punto central del diálogo
del presidente Vizcarra con los médicos arequipeños fue la crítica indignada y
demoledora del cuerpo médico a la gestión del gobernador regional, Cáceres
Llica.
Una de las gotas
que rebalsó el vaso fue el dato de que Cáceres habría rechazado la donación de
oxígeno a Arequipa de Southern Copper, la empresa contra la cual Cáceres
organizó y dirigió la asonada -con gente de fuera del valle del Tambo- para
forzar a Vizcarra a detener el proyecto minero Tía María.
Si aquella
fue su victoria pírrica como gobernador, su acto de hoy ya no tiene calificativo.
Tampoco la poca valía del ex premier Vizcarra si fuera cierto, como se dice,
que avaló el rechazo de la donación de Southern por temor a contradecir a
Cáceres.
La reacción
natural de los médicos arequipeños contra la falta de humanidad del gobernador
regional destaca, en cambio, por su sensatez y buen criterio. En vez de pedir al
Presidente sancionar semejante acto, cosa que no se halla ni en su ánimo ni en
su poder, cortaron por lo sano.
es decir, a Salud, o sea al gobierno central.
En efecto,
hace ya muchos años que todos en el Perú sabemos que la regionalización mal
ensamblada de cualquier manera por el gobierno de Toledo significó la
pérdida del equilibrio interno del poder
Ejecutivo, del que los gobiernos regionales son parte. Los actos de Cáceres
Llica -desde Tia María hasta la pandemia- son prueba de que la regionalización
siempre fue una descentralización fallida cuyo fracaso tiene que dar paso a un
nuevo equilibrio interno del poder Ejecutivo.
Es
indispensable reequilibrar la descentralización. Y ese rediseño necesita partir
de la premisa de que hay ciertas funciones del Estado que deben ser conducidas
por una sola cabeza y manejadas con un misma dirección y con prioridades
claramente establecidas. Si bien la nave de la nación puede tener varias salas
de máquinas localmente descentralizadas, el puente de mando de la nave solo
puede y debe ser uno solo para poder llegar algún día a buen puerto.
Todos lo
sabemos, pero no nos atrevemos a formularlo en voz alta para no quebrar la
ficción y el autoengaño de que la administración del Estado corresponde a las
regiones. Hemos creado un monstruo de dos docenas de cabezas, cada una de las
cuales es un remedo grotesco de centralismo anacrónico donde son posibles todos
los días actos de inhumanidad como el que ahora comprobamos.
Es hora de
que tanto la gestión de Salud como la de Educación vuelvan cuanto antes a la
rectoría de sus ministerios respectivos. Aquel mito ya nos ha hecho demasiado
daño.
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