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MEDIA COLUMNA
Castigo sin restitución
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
El gran aporte del Cristianismo a la
cultura occidental es la idea del perdón. Jurídicamente hablando, es el
tránsito del derecho retaliatorio al derecho restitutivo. Es decir, de la ley
del Talión –ojo por ojo, diente por diente- a la restitución, en lo posible,
del estado anterior o al menos a la reparación del daño.
La Justicia peruana, sin embargo, no
ha hecho aún esta transición. Parece el Dios del Viejo Testamento o un feroz
dios andino sin tiempo para excepciones y sin lugar para el perdón. Su asunto es
el castigo, no la restitución.
La Justicia peruana no sabe cómo
escapar de la prisión en que se ha metido y en la que nos ha encerrado a todos.
Todo el Perú es hoy una prisión. No es una nación de hombres libres.
Un vecindario denuncia a un
noticiero de televisión la presencia de cables eléctricos que han quedado
peligrosamente expuestos a ras del suelo. El vecindario espera que alguien
venga a resolverlo. No se atreve a tomar acción para cubrirlos. Teme hacerse
acreedor a una represalia. La intención de reparar el daño no lo mueve, lo
paraliza el miedo al castigo.
Dicen que cuando entre los japoneses
ocurre una negligencia en la función, primero se repara el daño, luego se busca
al responsable. Nunca al revés. El caso latinoamericano clásico –no solo
peruano- es el exactamente opuesto. Lo pinta con gracia la famosa historia
mexicana en la que supuestamente le llevan a Pancho Villa un enemigo que ha
sido capturado. El General ordena que lo fusilen. Le objetan que eso ya no es
civilizado, que primero hay que juzgarlo. El General admite que es cierto. Y
dispone que primero lo fusilen y después lo juzguen.
La mala consecuencia de hacer las
cosas al revés, sin embargo, es que cuando la Justicia se enfoca en el castigo
cree estar haciendo una sanción ejemplarizante, cree estar escarmentando a alguien,
piensa que es indispensable para que no se repita el daño. Y el daño se repite.
En verdad solo enseña a temer el castigo y a paralizarse ante el peligro.
La ironía delatora de esta esquizofrenia
es que, castigado el acto, ya no hay restitución ni reparación alguna. Todo queda
sepultado en el inconsciente. Una sociedad sometida a esas reglas no puede
hacer justicia.
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