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MEDIA
COLUMNA
Desmoralizar
toma 20
años
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
En las elecciones del domingo, el 40% del universo
de electores hábiles –de unos 25 millones 288 mil peruanos- no fue a votar o
votó en blanco o viciado. Son siete millones de personas.
El 60% restante se repartió entre 18 candidatos,
donde el primero obtuvo menos de tres millones de votos. ¿Qué representatividad
puede haber acá? ¿Qué gobernabilidad puede conseguirse de un Congreso como este?
Usted, lector, pensará quizás que esto se debe a la
pandemia. Falso. En las últimas elecciones parlamentarias, donde elegimos al
Congreso actual, pasó exactamente lo mismo, el 40% no votó o votó blanco o
vició su voto. Y no había pandemia.
Lo que hay es una desmoralización inducida, situación
de la que los propios políticos aprovechan para culpar al modelo económico y la
Constitución exigendo su cambio.
Es verdad que algo ha fallado. Pero no la Constitución
ni el modelo, sino los organismos reguladores previstos para funcionar dentro de
una economía libre. Estos son los que no hicieron su trabajo. La economía
social de mercado es el modelo que la Constitución establece. En este el papel
de los organismos reguladores es esencial.
Esa regulación ha fallado. El ejemplo más reciente,
el del oligopolio de la energía. En el último paro de transportistas se hizo
público por primera vez que el regulador Osinergmin había sido largamente sobrepasado
por el oligopolio público-privado de una empresa estatal y una privada, que pasó
por encima del regulador y elevó los precios muy por encima de lo que el
regulador recomendaba. El propio regulador lo confesó al declarar públicamente
que los precios fueron determinados por las dos empresas que producen los combustibles.
Esto es lo que le permitió a De Soto intervenir en nombre de la economía social
de mercado. Demostró que el oligopolio de la energía había generado una deuda
masiva con los que pagan día a día un pasaje y con el que les presta ese
servicio. Esta simple operación mental bastó para que los huelguistas pasaran de
ser reclamantes a ser acreedores de una deuda que el Estado no paga. He ahí el
instrumento de la desmoralización que desemboca en la indiferencia ante las
elecciones.
Esto obedece a un plan para impedir la inversión en
el país con el objeto de ponerlo de rodillas engañado a exigir que se derogue
el modelo que le trajo 30 años de prosperidad. En lo inmediato, ese plan toma
la forma de una campaña para promover el voto en blanco o viciado en el
supuesto propósito de que se anule la segunda vuelta si esos votos llegan a los
dos tercios. Es una trampa. El verdadero objetivo es desmoralizar a los
electores y permitir ganar la Presidencia con una minoría absoluta de votos.
Son tontos útiles los que caen en la trampa.
Desmoralizar al país haciéndole creer que es el
peor desastre del planeta es solo la primera estapa. Toma 20 años, según los
que lo conocen. Esos 20 años ya han transcurrido. Desde la primera vacancia
presidencial estamos en la segunda: la desestabilización. La tercera es la
captura del poder.
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