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MEDIA
COLUMNA
La empresa es el
rehén
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
El asunto de
fondo es la propiedad del subsuelo, que es del Estado y lo seguirá siendo aún por
décadas. El problema inmediato es la propiedad del suelo, que no tiene título
ni registro. Tarde o temprano se modificará la Constitución para dar paso a que
también el subsuelo sea del propietario del suelo. Pero eso tomará años
todavía. Hoy el problema es que el poseedor del suelo no tiene verdadera
propiedad y el mercado de tierras informal no permite la libre formación de un
precio.
Hasta los residentes
veraniegos de Asia saben perfectamente que el suelo donde se halla su
edificación formalmente sigue siendo de una comunidad que desapareció hace
siglos, de cuyo nombre alguien se apropia. Y el Estado guarda silencio ante
esto. Y el cáncer sigue creciendo en silencio.
Al no tener un
título de propiedad, el poseedor –una comunidad andina, por ejemplo- no solo no
tiene un precio de mercado libre, tampoco puede saber con certeza que no será
estafada. Vender la tierra puede ser un salto al vacío. Alquilarla, una apuesta
ciega: no hay garantía de que el inquilino no se quedará con ella. La comunidad
desconfía en general, pero menos de la empresa que del Estado que se ha
adueñado –por sí y ante sí- del subsuelo y no le entrega un título de propiedad
del suelo que le permitiría negociar de igual a igual con la empresa minera.
Si la Corona
española extendió títulos a las comunidades, ¿alguien va a creer que con la
tecnología de hoy no es posible hacerlo expeditivamente? Si no lo hace es porque no puede a causa del
sinnúmero de litigios judiciales de tierras sin resolver, pero esto también es
responsabilidad del Estado. O, peor aún, porque la propiedad registrada del
suelo se convertiría en un estorbo para su contrato con la empresa. El Estado es
responsable, entonces, por acción y por omisión. Es el enemigo de todos, porque
no garantiza la propiedad.
De allí, para
la comunidad, no hay sino un paso a la decisión de hacerse valer por cualquier
medio. Incluso mediante la complicidad anónima en el bloqueo de una carretera o
el silencio ante la extorsión. Ahí es donde prosperan las hienas dispuestas a
negociar supuestamente en su nombre. La empresa entonces es solo un rehén. La extorsión
es al Estado en realidad, que no responde porque no entiende que la clave está en la
propiedad.
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