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MEDIA
COLUMNA
Policía
bueno,
policía
malo
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Las democracias del Grupo de los
Siete (G7) discuten desde ayer la forma de hacer frente a China y a Rusia, pero
“sin tratar de contener a Beijing o aumentar la tensión con el Kremlin”. Esto
es la cuadratura del círculo, pero la
diplomacia suele encontrarla o, en su defecto, fingirla.
El G7 está integrado por Estados
Unidos, Gran Bretaña, Canadá, Francia, Alemania, Italia y Japón. Sin incluir a China ni a Rusia, mueve
hoy todavía alrededor de US$ 40 milllones de millones de dólares anuales en la
economía global. El despacho de prensa señala que los dos acontecimientos
geopolíticos fundamentales de los últimos 40 años han sido la caída de la Unión
Soviética en 1991, que puso fin a la Guerra Fría, y el espectacular ascenso
económico y militar de China. Pues bien, China y Rusia fueron precisamente los temas
de debate ayer en la mañana y en la tarde, respectivamente. En ese orden, lo
que da cierta idea de magnitud.
Las palabras hoy suenan fuerte, pero
no los actos. Antes de la primera reunión de ayer, el nuevo secretario de
Estado de EEUU, Antony Blinken, quien obviamente lidera las discusiones en el
G7, dijo primero que Occidente defenderá "el orden basado en reglas
internacionales" de los “intentos subversivos” de cualquier país, incluida
China. Y luego añadió que “no es nuestro propósito tratar de contener o
reprimir a China".
Hay que tomar debida nota de esto. Por
más progresista que sea el nuevo gobierno demócrata de EEUU, hay que escuchar
bien esas palabras. La potencia hegemónica desde la Segunda Guerra Mundial no
va a enviar al mundo entero un mensaje ambiguo modificando su política exterior
solo porque los republicanos ya no están en la Casa Blanca.
Blinken visitará Ucrania esta semana.
“Hemos reafirmado nuestro apoyo inquebrantable a la independencia, soberanía e
integridad territorial de Ucrania", precisa. Pero “no buscamos una
escalada (con Rusia), preferiríamos tener una relación más estable y
predecible. Y si Rusia se mueve en esa dirección, nosotros también", añade,
suavizando la dureza inicial de sus palabras. Todo dentro de la misma oración.
En el
otro extremo está todavía Boris Johnson, aun primer ministro del Reino Unido, quien procurará este año desde la Presidencia del G7 un acuerdo
para lo que llama una “acción decisiva” que proteja a las democracias cuando
“la influencia económica de China y la actividad maligna rusa amenazan con
socavarlas”. Eso dijo el ministro de Relaciones Exteriores británico, Dominic
Raab, sin intentar siquiera un aterrizaje suave.
El problema es entonces entre los
propios miembros del G7. A la pregunta de cómo debe actuar Occidente hacia
Beijing y Moscú, se responde con otras dos preguntas. ¿Qué sería esa “relación más estable”, que
quiere el secretario de Estado americano? ¿Y cuál sería esa “acción decisiva”
de la que habla el ministro de Relaciones Exteriores inglés?
Nadie lo sabe. Pero, sin duda, desde el
punto de vista de la crisis política generalizada para la democracia en Sudamérica
-y la del Perú en particular ante sus propias elecciones-, la respuesta es la
del policía bueno y la del malo sin que podamos saber cuál es cuál.
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