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MEDIA COLUMNA
Trump versus Biden
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
Traduzco lo que publicó hace poco Diego de la
Torre, porque no hay manera de decirlo mejor: “El debate fue una pelea de
perros. De seguro no fue la mejor performance de Trump. Sin embargo, pienso que los nuevos
demócratas de izquierda –como Kamala, Ocasio–Cortez, Pocahontas Warren, el loco
Bernie, etc.- son un peligro no solo
para Estados Unidos sino para Occidente. Que Dios nos ayude si capturan el
poder en la nación y la democracia más importante del mundo. Como PPK, Biden será
sobrepasado y puesto de lado por los neo-marxistas radiactivos disfrazados de
progresistas, que salivan ante la perspectiva de destruir auténticos valores
americanos, como la familia, la libertad y la igualdad ante la ley. Los
progresistas hacen política de identidades instrumentando los temas de raza,
género, etc. para multiplicar el divisionismo y la confrontación, situación en
la que reinan, asaltan y proyectan el resentimiento contra el ethos de los
fundadores de 1776 que hizo posible una nación poderosa, libre y próspera”.
Hay que reparar en la fuerza fundamental de este
argumento. Es que Biden “será sobrepasado y puesto de lado por los
neo-marxistas radiactivos disfrazados de progresistas”. Pone en tela de juicio
la buena fe del “progresismo”, porque denuncia su peligrosa ingenuidad. En
efecto, la caviarada es es el perfecto tonto útil para la captura del poder.
La estratagema es vieja como el hambre. Se puso en
escena por primera vez en el siglo XX en Rusia antes de la Revolución de
Octubre de 1917, durante el gobierno “de transición” de Kerensky, a quien los
bolcheviques Trotsky y Lenin usaron primero y desestabilizaron cuando estuvieron
dadas las “condiciones” para la captura del poder.
El libreto está escrito, en suma, y ha sido puesto
en escena innumerables veces en Latinoamérica con éxito en una única ocasión desde
que el castrismo tomara el poder en La Habana en el Año Nuevo de 1959 y
desatara una confrontación política sorda, de baja intensidad, que ha durado ya
60 años. Los latinoamericanos sabemos de esto y hemos logrado neutralizar o desactivar
esa bomba de tiempo en numerosas ocasiones y en muchos lugares de Sudamérica. En
el Perú, especialmente, de manera más eficaz que en cualquier otra parte. Los peruanos
estamos mejor vacunados o prevenidos contra este virus.
Son los americanos los que no lo saben, porque
nunca lo han vivido. No se han visto realmente, cara a cara, con ese animal en
su propio terreno. La gran mayoría no reconoce, por lo tanto, las señales de
peligro. No está prevenida y no presta atención a las alarmas. Cree que son
exageraciones o incidentes propios de una democracia ejemplar. Piensa que el
debate realmente gira en torno a cuestiones morales respecto de las maneras de
Trump o su modo irritante de tratar a sus adversarios. La opinión pública
norteamericana hace juicios morales sobre los personajes, y es ciega ante el
guión pre escrito que nadie reconoce y prepara la captura del poder. Sintomáticamente,
muy por el contrario, teme que sea Trump quien -como Julio César- planea
la muerte de la República.
El progresismo global asume que la violencia anterior
a la pandemia en Chile, Ecuador, Bolivia o Colombia, como la permanente catástrofe
en cámara lenta de la Argentina, no son sino la consecuencia “natural” de la
desigualdad de las sociedades latinoamericanas. Ese falso diagnóstico ha
producido remedios errados en Latinoamérica desde hace 60 años. Desconocen hasta
hoy mismo que la escalada de violencia en Santiago, Quito y La Paz fue organizada
desde La Habana, Caracas, el Foro de Sao Paulo y Buenos Aires. Y se debe a que,
desesperado, el progresismo ve llegar inexorablemente su final con la caída del
chavismo en Venezuela y el fiasco definitivo del peronismo de izquierda en la
Argentina.
El enfrentamiento sin cuartel entre Bolsonaro y
Lula en Brasil es el campo de batalla principal hoy. Es el modelo de la
confrontación polarizada entre Trump y Biden que nunca antes se había visto en
Estados Unidos. La buena noticia es que el debate electoral estadounidense ya no
versa únicamente sobre sus problemas nacionales y locales, sino sobre la encrucijada
política fundamental del siglo XXI. Hoy al fin estamos todos en la misma página
en todo el continente.
Y es esto lo que hace de la izquierda
latinoamericana una bestia acorralada y peligrosa, capaz de intentar cualquier
demencia y jugarse el todo por el todo en un baño de sangre para, en un golpe
de suerte, capturar el poder. Por el momento, la pandemia se ha hecho cargo de
ellos, pero preparan la ofensiva y atacarán de nuevo. Por eso son cruciales las
próximas elecciones del Bicentencario de la República. Porque no por casualidad
fue el Perú el centro que irrdió la civilización en esta parte del mundo y el
escenario, hace 200 años, de las batallas que decidieron el destino de América
del Sur.
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