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MEDIA COLUMNA
El menor de los males
Jorge Morellin
@jorgemorelli1
En el Perú cerca de 30 mil personas han perdido la
vida por la pandemia. Es el 0.1% de su población. Si la cifra fuera el doble
sería aún más triste, pero la discusión es inútil. Ambas cifras colocan por igual al Perú como el primer país del
mundo en mortalidad per cápita.
El cable de la agencia española EFE al exterior
describe la situación: “Más enfermos que nunca, pero menos graves. Menos
muertos, pero UCIS en el límite. La curva del COVID-19 en el Perú refleja una
compleja realidad que habla tanto de un desastre como de la esperanza de que el
virus pueda estar actuando contra sí mismo”.
Continúa
EFE: “A partir de junio, una breve y muy elevada meseta en el ritmo de
contagios, habilitó al Gobierno a decretar la apertura de la economía,
completamente devastada, pero esa reactivación disparó a su vez una nueva
oleada de infecciones, que llegaron y arrasaron zonas que antes habían quedado
intactas. Y, sin embargo, con una cifra media de nuevos contagios semanales en
julio y agosto que casi duplica los registrados en mayo o junio, el número de
muertos diario no solo no ha seguido estable, sino que ha caído
significativamente. Del mismo modo, los hospitales no solo no se vieron
desbordados, sino que han visto disminuir su ocupación”.
¿A
qué se refiere EFE con que el virus estaría “actuando contra sí mismo? A que “la
enfermedad está siendo menos virulenta, o la población ha superado cierto punto
de contagios que complica la reproducción del virus”. En otras palabras, un juicio
ecuánime de los hechos tendría que concluir que la pandemia, que se ha ensañado
con el Perú por razones que no conocemos bien, está cumpliendo un ciclo dentro de
un proceso natural que inexorablemente acabará con ella. La población del Perú está llegando lentamente, pero de manera definitiva, a la prevista inmunidad de
grupo.
Pero
ese fue siempre el escenario. Todo dependió desde un principio de lo que las
familias pudieran hacer por sí mismas y las empresas por sus trabajadores. Era
obvio que era poco lo que el Estado peruano iba a poder hacer. ¿Fue la
cuarentena prematura o excesiva? Si así fue, ¿quién podía saberlo al principio?
No se hizo el seguimiento del entorno de los casos detectados como en otras
partes, ¿pero alguien cree realmente que estábamos en condiciones de hacerlo? Personalmente,
nunca esperé nada de lo que el Estado pudiera hacer. Me sorprendió incluso que
lograra hacer respetar la cuarentena por un buen tiempo. Por eso creo que atribuirle
la responsabilidad de esta tragedia a las decisiones o indecisiones del gobierno
más que un juicio ecuánime es un acto político.
La
población que ignoró la cuarentena lo hizo en su inmensa mayoría porque,
viviendo de una actividad informal y al día, no tenía otra alternativa. Mal o
bien, a la larga las familias se hicieron cargo y nadie pudo
impedirlo. No podemos culpar a los peruanos.
Retrospectivamente,
sin embargo, puede decirse que el gobierno sobrereaccionó, falló al estorbar
con exceso la respuesta del mercado al fenómeno natural. Obstaculizó
innecesariamente la reapertura de las empresas formales, porque desconfió de
ellas. No supo o no quiso creer que podían cuidar de sus trabajadores y debían asumir
la responsabilidad en algún momento. El momento de la reapertura pasó sin que
el gobierno reaccionara. La reactivación con protocolos descabellados y un plan
de cuatro fases en cuatro meses ha sido y sigue siendo tardía e indolente.
El
gobierno sobrereaccionó porque la megalomanía estatista lo llevó al engaño. Asumió
el diagnóstico implícito, nunca debatido, de que existía un supuesto trade off,
un juego de suma cero entre salud y economía: que había que elegir una u otra. Hoy
sabemos que no era así. No había trade off sino feed back, retroalimentación
entre salud y economía.
Nos
recuperaremos de esto. Pero produjimos innecesariamente una catástrofe
económica e igual tuvimos proporcionalmente más víctimas que todos los demás. México
y Brasil se resistieron siempre al cierre indiscriminado. Hoy sabemos que ese
era, en realidad, el menor de los males.
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