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MEDIA
COLUMNA
El aire del
crimen
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Arthur
Rimbaud escribió en la segunda mitad del siglo XIX, en Una temporada en
el infierno, unos versos proféticos desde la mirada del siglo XXI.
“Una
noche senté a la belleza en mis rodillas. Y la encontré amarga y la injurié… Me
revolqué en el fango de todos los vicios, me sequé con el aire del crimen”. Le
apodaron “l´enfant terrible”. Tenía 19 años. Este entumecimiento del espíritu estuvo
detrás también de los crímenes de guerra de la primera mitad del siglo XX.
Hanna Arendt le llamó la banalización del mal.
Hoy ha
alcanzado escala global, se ha contagiado al crimen urbano, a la violencia
doméstica, a la discriminación contra las minorías. Ha ingresado a las
estadísticas. La banalización de la violencia, de la corrupción, del
crimen, están de moda. No se trata de mera indiferencia del espectador. Es indolencia
del perpetrador, que no siente porque no tiene juicio, y justifica el crimen con
banalidades. La culpa, si la hay, es de la víctima.
La
otra cara de esa insensibilidad patológica ante el mundo real es el
sentimentalismo desbocado en la realidad virtual, en los medios. “Siento, luego
existo” debería ser el lema de la cultura del siglo XXI, parafraseando a
Descartes. Si uno no “siente”, la realidad no existe, la víctima no existe. El
aire del crimen seca.
Este
parece ser el conflicto fundamental del siglo XXI, y no sus contradicciones
secundarias. Esas son solo las de uso común, las que expresan el malestar y son
solo un síntoma. “Clivajes” menores -contradicciones “secundariuchas” diría un
limeñismo- son nuestras pequeñas, anticuadas disputas domésticas de derecha e
izquierda u oficialismo y oposición. Como artificial es el forcejeo teatral entre
políticos y sindicalistas que se oponen a reformar una economía para que alcance
a todos, y empresarios que por años robaron al Estado con la conciencia
tranquila porque el Estado robaba también. Prevalece el miedo a perder privilegios
que alcanzan a muy pocos y que ambos defienden ferozmente, con la cara dura y mentiras
sin escrúpulos. La banalidad del mal es el signo.
No
nos engañemos, no somos independientes de esta contradicción fundamental del siglo
XXI. Independiente es solo el que no sabe dónde está parado. Y no podemos
pontificar sobre ética y tolerancia en este estercolero. Es una ingenuidad o
una crueldad. Si no está a nuestro alcance absolver la contradicción fundamental
de la cultura del siglo XXI, esa será la tarea de las generaciones que siguen
en este u otro siglo. Un día reconocerán el marco que puede resolverla y verán
entonces que siempre estuvo allí. Es la dialéctica de la historia.
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