ESTA NOCHE,
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MEDIA
COLUMNA
Perdiendo la
guerra
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Hemos abandonado las
fronteras. Le hemos abierto las puertas al enemigo.
Que un miembro del Gabinete
se tome la libertad de opinar contra la Constitución que el Estado peruano debería
retornar a la actividad empresarial en “sectores estratégicos” –ese era el
lenguaje de la falsa revolución del velasquismo de entonces y el de los
reservistas del “etnonacionalismo” de hoy- se debe a que la noción falaz del
estatismo -del Estado como protagonista de la redención nacional- sigue profundamente
enraizada en el subconciente colectivo.
No se había atrevido a dar
rienda suelta hasta hoy a ese lenguaje rancio. Hoy le da rienda suelta en el río
revuelto engendrado en el país por el radicalismo antisistema que ve acercarse la
hora de capturar el poder.
Que el Presidente, la cabeza
de la democracia, salga a enmendarle la plana a ese ministro ante los medios en
lugar de cesarlo en el acto o exigirle públicamente su renuncia, es una señal,
un acto de debilidad que le costará caro al mandatario. Que el Primer Ministro,
su jefe inmediato, permanezca en silencio sin desmentir enfáticamente semajante
cosa es otra señal: la prueba de que ese intocable está respaldado por la
caviarada parlamentaria de tontos útiles del radicalismo que, al ver acercarse
la captura del poder, lanza globos de ensayo para medir la capacidad de
reacción del gobierno solo para comprobar que no tiene ninguna.
El paralelismo es chocante
con la Segunda República española, la República Italiana y la Cuarta República
francesa, hijas todas de democracias de baja gobernabilidad -muy parecidas a la
nuestra- que incubaron su propia antítesis: el autoritarismo que luego
capturaría el poder. Lo mismo que el débil gobierno de Kerensky ante el embate
de los revolucionarios bolcheviques en la Rusia de 1917, o la nefasta república
de Weimar de la Alemania de la entreguerra, asediada por el partido nazi que
preparaba la captura del poder. Son hermanas gemelas las dos patologías del
Estado del siglo XX: el comunismo y el fascismo. Son la reacción a las
democracias de baja gobernabilidad.
Hay quienes de buena fe
atribuyen al gobierno actual los males de nuestra democracia. Esto es de una
ingenuidad conmovedora. Lo mismo sería culpar a Kerensky de la acción política
de Trostsky, o a Hindemburg de la caída de Alemania en manos de Hitler. Ellos perdieron
la guerra por luchar contra el enemigo equivocado.
Ganar una guerra comienza
por identificar correctamente al enemigo. Si este consigue disimularse y operar
escondido tras un colorido abanico de tontos útiles, ese es el síntoma inconfundible
de que la guerra está perdida de antemano. Basta recorder los largos años que
nuestra propia lucha contra el terrorismo senderista se prolongó
innecesariamente por las falsas etiquetas que sus tontos útiles le entregaron
gratuitamente. Y que siguen entregándole hoy al radicalismo antisistema
engañosamente disfrazadas detrás de la minipulación de los derechos humanos o
la falsa defensa de la democracia.
Es hora de poner fin al
autoengaño. Estamos perdiendo la guerra en primer lugar porque las fronteras
han sido abandonadas y el enemigo ya no encuentra resistencia.
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