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MEDIA
COLUMNA
La
madre de la corrupción
es
la marea global de dinero
Jorge
Morelli
jorgemorelli.blogspot.com
@jorgemorelli1
En las
últimas décadas se ha globalizado la corrupción junto con las comunicaciones, los
mercados y las monedas.
La
corrupción se ha globalizado al mismo tiempo en el ámbito público y en el privado,
tanto en el mundo emergente como en el desarrollado. La madre ha sido la
disponibilidad global ilimitada de dinero, un océano de crédito a bajísima tasa
de interés, que en los últimos 30 años convirtió en artificialmente viables un
vasto número de megainversiones estatales, privadas y público-privadas que no
eran necesarias y que habrían sido económica y financieramente imposibles de
otro modo.
En el
Perú, la refinería de Talara y el Gasoducto del Sur son casos emblemáticos.
El desarrollo es como la agricultura, no es una
máquina por destrabar. Pero se impuso la narrativa falsa de la supuesta liberación
de fuerzas productivas trabadas por intereses creados. Así se gestó en el mundo
emergente -el latinoamericano especialmente- una agenda orientada por la
decisión política y no por el mercado, ajena a la realidad y financiada con
recursos públicos y la complicidad mercantilista privada.
El
mecanismo de la corrupción instaló luego, país por país, sus cuatro patas hoy
ya conocidas por todos: la lista de los megaproyectos, los clubes de la
construcción, los operadores de la gestión para que las obras fluyan y,
finalmente, el financiamiento electoral de los partidos políticos que llegarían
al poder para que el ciclo recomenzara mientras la farsa del carnaval
democrático continuaba.
El proceso
perverso de la corrupción tiene raíces locales en todas partes, pero habría
sido imposible sin la marea de dinero barato que el sistema financiero global
generó para colocarlo luego a como diera lugar en proyectos inviables y papeles
sin valor ante los ojos de la ciudadanía asombrada por el truco de magia.
Los
síntomas se presentaron ya a inicios de los 80, el colapso de la deuda
impagable de América Latina trajo consigo la explosión de la corrupción, el
populismo y la demagogia en la región y fuera de ella la complicidad del
sistema financiero. Luego llegarían las burbujas globales, que se sucedieron
unas a otras hasta el colapso de la de 2008, la mayor de todas hasta esa fecha.
Lejos de frenar
la marea de dinero, la crisis de 2008 la multiplicó. Evitar la destrucción del
aparato productivo fue la consigna. Fue el precedente también del gasto público
en subsidios masivos durante la pandemia global de 2020 para impedir nuevamente
“la destrucción del aparato productivo”. Tampoco hubo críticos. Esto fue asumido
con resignación como un mandato moral en todas partes.
Hoy, la
inflación consecuente no deja a los bancos centrales otra salida que parar la
marea de dinero como sea. Sin el consuelo ya del discurso liberal de Thatcher y
Reagan siquiera, el alza brutal de la tasa de interés de la Fed está
destruyendo el aparato productivo. Ya no hay más remedio desde que esto no se
hizo de manera ordenada cuando se pudo.
Si el
mecanismo enfermo de la corrupción no se detiene hoy, la economía global seguirá
recayendo en el colapso de burbujas cada vez mayores y habrá más guerras
comerciales, monetarias y reales por el control de los recursos naturales.
Parece evidente
hoy la necesidad de un nuevo Bretton Woods que siente las bases para la economía
global del siglo XXI -como lo hizo Keynes en 1944 para la segunda mitad del
siglo XX-. El fundamento de este segundo Bretton Woods será un retorno al “patrón
oro”: atar las monedas globales al oro o a lo que haga sus veces en el futuro, lo
que permitirá una salida ordenada de la ficción del “patrón-dólar” y el restablecimiento
de un refugio global para el valor económico.
El
proceso que ha asolado la economía mundial por 50 años nació de la decisión política
de Richard Nixon de romper el vínculo del dólar con el oro a la tasa fija de 35
dólares por onza de oro. A causa de la marea de dinero que eso generó, hoy esa
misma onza de oro vale 1,700 dólares. En el camino de este proceso la
corrupción estalló para escapar luego de todo control.
No hay
que equivocarse. La corrupción es parte de la naturaleza humana. Si no se la
mantiene a raya, toma todas las instituciones. Castigar ejemplarmente a todos y
cada uno de los corruptos, sin embargo, no acabará con ella. No basta. Si el agua
se cuela dentro del bote, repara el casco, no culpes al agua.
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