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MEDIA COLUMNA
La elección emblemática de Cajamarca
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
www.facebook.com/JorgeMorelliSalgado
Políticamente, las elecciones municipales de Lima de este año significan
poco al lado de las regionales. Una región, incluso, se ha convertido en
emblemática para el resultado de las elecciones generales del 2016.
En Cajamarca, el fujimorismo es hoy la única fuerza política democrática
que puede detener a los antimineros quienes, pese a estar divididos ahora,
pretenden reelegirse en el gobierno regional.
Lo que hay en Cajamarca, como en todo el planeta, es un conflicto entre tradición
y modernidad. Su replanteamiento necesita un nuevo lenguaje.
Algunas empresas globales –las mineras inglesas, por ejemplo, y por
extensión sus pares de Canadá y Australia, que fueron parte del Imperio
Británico- han desarrollado ese lenguaje. Tienen 150 años de antropología en
las bibliotecas de Oxford y de Cambridge y consultan esas obras antes de
cualquier proyecto de inversión en Latinoamérica, el Sudeste asiático o Africa.
Saben cuáles errores no hay que cometer.
Errores que sí cometen, en cambio, otras empresas globales que creen
poder desentenderse de los lazos tradicionales reduciendo artificialmente el
problema a uno de salarios, e impuestos para que el Estado se encargue de los
conflictos locales. Esas empresas han tenido que aprender duramente a
comunicarse con las comunidades, obligadas por la fuerza de las cosas. Ese,
desgraciadamente, ha sido el caso de Cajamarca. No por causa de los mineros peruanos
que, conociendo desde hace muchas décadas las reglas de la relación con las
comunidades andinas, las practicaron en Huancavelica. Pero las culturas
empresariales son un fenómeno relativamente nuevo, y nadie aprende de la experiencia
ajena.
Este conflicto, viejo como el Perú, lo describió magistralmente José María
Arguedas en “Todas las sangres” a través de la historia de dos hermanos -el
ingeniero de minas y el hacendado- que se enfrentan entre sí por la naturaleza misma
de la tensión entre la globalización y el poder local. El conflicto tiene atenazado –como bien sabe De Soto- al Estado nacional en todas partes del
globo y con mayor dificultad aún en las seis sociedades alrededor del planeta que,
como el Perú, tienen cinco mil años de historia y fueron la cuna de la civilización:
Egipto, Iraq, Pakistán, India, China y México.
Aunque el caso de Cajamarca es un clásico, el de Ancash lo es también aunque
de manera distinta. Allí el tema de la relación entre las comunidades y las minas
ha sido mejor manejado. Por eso se halla políticamente en segundo plano. Esto no
ha impedido, sin embargo, que el conflicto adopte localmente formas que han desembocado
en la corrupción y el crimen. Tampoco somos una excepción en esto. Mírese el caso
del norte de México, por ejemplo.
Y mientras Junín parece seguir los pasos de Cajamarca, Tumbes sigue los de
Ancash.
Ante las situaciones de emergencia de Ancash y de Tumbes –como en
Cajamarca en los días de Conga, dos años atrás-, el gobierno nacional no dispone hasta hoy de otra herramienta
eficaz a su alcance que la suspensión de las cuentas bancarias del gobierno
regional.
Es un recurso de última instancia, pero en ningún caso una solución
permanente del problema creado por una regionalización fallida, que es el problema más urgente del Perú de hoy y de mañana, uno que esre gobierno ya no resolverá. Es
responsabilidad del próximo gobierno planteárselo al país y
resolverlo.
Las elecciones regionales de Cajamarca son emblemáticas precisamente por
eso.
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