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MEDIA COLUMNA
El Sur ha vuelto los ojos
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Uno de los nuevos magistrados del Tribunal Constitucional es discípulo del
juez que condenó a Alberto Fujimori con una acusación hecha a la medida de la
condena que ya tenía preparada. El magistrado –dicen- es incluso autor de la
sentencia.
Desde luego, tuvo los votos para ser elegido y no hay nada que objetar
en esa elección. Solo que conviene anotar que fue elegido con la votación
mínima indispensable. Y también que esa votación vino de la bancada aprista,
que le dio el voto que necesitaba. Desde luego, los parlamentarios apristas estaban
en su derecho de votar por el candidato del partido de gobierno. Pero ahora es forzoso
vigilar las votaciones del nuevo magistrado constitucional en todo lo que tenga
que ver con el ex presidente Alan García Pérez. Porque, ante un hecho que puede
significar un giro en las alianzas políticas del oficialismo, es obligatorio
ponerse en el escenario de un posible entendimiento tácito del ex presidente
con el mandatario actual para cuidarse mutuamente las espaldas, de efecto
inmediato para el ex jefe de Estado y de efecto diferido para el actual, cuando
haya dejado el poder luego de unas elecciones en las que ya no tiene candidato.
Por desagradable que resulte, es obligatorio sopesar ese escenario. Ahora es
indispensable vigilar al milímetro la cancha electoral del 2016 y prevenir a
tiempo la posibilidad de que resulte inclinada en contra de un candidato y en
favor de otro.
En lo inmediato, las encuestas confirman que Keiko Fujimori representa un
tercio del electorado, un respaldo que es igual a la suma de PPK y de AGP. Mientras
el electorado de Keiko se halla en mayor medida en el sector D/E, sus contendores
se disputan los votos del sector A/B. Cuando PPK sube, AGP baja. PPK le roba
votos a AGP. Ninguno de los dos le quita votos a Keiko.
La actividad que ella desarrolla desde hace años con sus visitas a todas
las provincias del Perú prueba hoy su acierto. No hay nada que ganar en la
trifulca política de Lima, empeñada en una guerra de pastelazos y guillotina
que linda en la crueldad y el ridículo. Lo que Keiko hace es otra cosa. Está
recuperando los votos fujimoristas del interior que, en ausencia del
fujimorismo el 2006 y siendo ella aun joven en 2011, creyeron ver –sobre todo
en el sur del Perú- en Ollanta Humala al militar que derrotaría a la
delincuencia organizada, pondría orden en la minería ilegal y el narcotráfico,
y eliminaría definitivamente al terrorismo. Nada de eso ha ocurrido. La
decepción del pueblo peruano con Ollanta Humala es lo que causa hoy su derrumbe
en las encuestas.
Keiko ha tomado conciencia de ese giro. El primer lugar del Perú al que
ha concurrido el nuevo secretario general de Fuerza Popular a tomar el pulso del
electorado ha sido la región de Puno, en otro tiempo considerado un bastión del
radicalismo. Y, más claramente aun, en un hecho histórico que puede ser un giro
en la geografía política electoral, Keiko encabezó el sábado pasado un mitin de
más de ocho mil personas en la plaza Túpac Amaru del Cusco, ex plaza fuerte de
la izquierda.
Cierto, es obligatorio vigilar la cancha electoral del 2016. En ese
sentido, advertidos están a tiempo. Pero mientras los analistas de lo ínfimo
vociferan en Lima acerca del supuesto cisma del fujimorismo, el sur del Perú ha
vuelto los ojos hacia la hija de Alberto Fujimori.
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