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El secreto de la
Trener
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Cuarenta años
atrás –brillantes profesionales hoy en todas las actividades no me dejarán
exagerar- existió en el Perú uno de los experimentos educativos más
extraordinarios, un producto del talento y la disciplina de muchos. La Academia
Trener creó de la nada un sistema educativo infalible.
El objetivo era
el ingreso a la Universidad en una época en que, a diferencia de ahora, las
universidades eran pocas y las vacantes muchas menos que los postulantes. La competencia
por el ingreso era dura. A las universidades privadas ingresaba uno de cada
cuatro. La Academia logró alcanzar y sostener por varias décadas una tasa de
ingreso de seis (en casos ocho) de cada diez.
El sistema es el
que hizo la diferencia.
Existía una
prueba semanal de resultados, construida de manera casi exactamente igual al
examen de ingreso del año anterior.
Cada clase tenía
un tutor a cargo de la comunicación interna y del seguimiento individual de
cada alumno.
Existían siete
cursos –como en el trívium y el cuadrivium de Carlomagno-: aritmética, algebra
y geometría. Y en las humanidades historia, geografía, lengua y textos de
literatura y filosofía. Cada curso tenía un jefe y una larga lista de
profesores que seguían sus instrucciones.
El reclutamiento
de profesores se hacía solo entre los mejores, los que habían ingresado con los
primeros puestos. Pasaban un semestre entero como asistentes antes de dictar
clase por sí mismos.
El sistema
funcionaba con un doble chequeo. Cada semana, se procesaba los resultados de
las pruebas y se consolidaba la información en gráficos (no existían aun las
computadoras). Cada semana, los resultados eran debatidos en una reunión de
todos los tutores de clase para recoger la información acerca de los alumnos,
pero también acerca de si algún curso estaba fallando en el dictado. Cada
semana esa información era llevada a una segunda reunión con todos los jefes de
los siete cursos, lo que permitía corregir de inmediato cualquier falla en el
dictado, incluso cambiar a un profesor nuevo si hacía falta, pero también las
fallas que pudiera haber en el seguimiento de los alumnos por los tutores
nuevos.
El seguimiento
estricto de los alumnos y el doble chequeo de los profesores a través de los
tutores y viceversa- creo con el tiempo un sistema casi perfecto –una máquina
en constante innovación- cuyos resultados eran impecables. La Academia era
capaz de predecir –con poco margen de error- los resultados del examen antes de
que este se produjera solo con base en la secuencia de las notas de los alumnos
en los exámenes internos.
Que yo sepa, todo
esto no fue copiado sino inventado –o, en todo caso, reinventado- a partir de
cero gracias al talento la perseverancia y la disciplina de cientos de
profesores, que, a lo largo de tres décadas. orientaron y manejaron a más de
veinte mil alumnos, calculo, en su ingreso a la universidad. Hasta hoy cuando
reconocen a sus profesores se acercan a agradecer aquellos años de
compañerismo, seriedad y calidez que muchos no volvieron a encontrar en ninguna
otra institución educativa. Tal fue la Academia Trener. Si no lo creen,
pregunten si exagero a los que por allí pasaron y a quienes fueron sus
profesores.
No escribo esto
hoy, sin embargo, por razones sentimentales, sino porque tengo la sospecha de
que el sistema que la Academia creó puede replicarse en gran escala para
reformar el sistema educativo en el Perú.
Y porque el
sistema de doble chequeo permitiría rediseñar la descentralización del Estado
peruano.
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