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MEDIA
COLUMNA
No se derroca al poder
sin consecuencias
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Una encuesta
reciente descubre la pólvora. A saber, que un 70 % de los peruanos estaría de
acuerdo si el gobierno cerrara el Congreso. No conozco ningún país donde,
preguntado, el pueblo no responda de manera similar. Lo mismo sucede cada vez
que los sabios ven con alarma que Latinobarómetro pregunta a los sudamericanos si
estarían de acuerdo con un gobierno autoritario y un porcentaje alto responde
que sí. Se alarman innecesariamente, sin embargo, porque es la pregunta la que no
está bien hecha. Los pueblos prefieren la democracia, lo que no quieren es una
democracia de baja gobernabilidad, como la nuestra.
Publicada el
domingo pasado la “noticia” en primera plana de algunos medios gobiernistas, el
rumor instantáneo es que el gobierno prepara a la opinión pública para cerrar
el Congreso. Una bravata para responder a otra: la iniciativa igualmente
afiebrada de promover la vacancia de la Presidencia de la República.
No ocurrirá ni una
ni otra cosa. El conflicto de poderes de nuestra democracia de baja
gobernabilidad produjo en este quinquenio ya la vacancia de la Presidencia. Algo
que no debió ocurrir. Era inevitable el proceso al mandatario, pero pudo y
debió hacerse al final de su gobierno, como ocurrió con todos sus antecesores. Forzar
la vacancia, en cambio, fue el punto de partida de una sucesión de eventos
funestos que hoy tenemos que lamentar.
Si no fuera por la vacancia
“por incapacidad moral permanente” –una figura que no está definida en ninguna
parte de nuestra legislación-, tampoco ocurriría hoy la ignominiosa e
innecesaria detención preliminar del renunciante ex presidente, hallándose enfermo.
Tampoco habría sido anulado el indulto al ex presidente Alberto Fujimori que
determinó, a pesar de su precaria salud, su regreso a una prisión injusta que
agravia a la mitad de los peruanos (que guarda silencio). Tampoco habría perdido
la libertad su hija, víctima del abuso de la prisión preventiva. Y menos aún
habría tenido lugar la terrible muerte delex presidente Alan García, que ha
sumido al país en un estado de shock al borde la violencia entre sus
detractores y sus defensores.
Esta cadena de
infortunios nace de esa sola y única decisión política, que abrió la caja de
Pandora. Perdimos todos una guerra que, como se sabe, siempre tiene resultados
imprevisibles en lugar de ganar entre todos la paz que trae frutos
insospechados.
No se derroca al
poder sin consecuencias. Creer que, haciéndolo, se puede controlar los eventos que
resulten de ello es una ingenuidad temeraria. Nadie controla lo que ocurre
luego de derribar a un gobierno. Se da curso a una sucesión en la que solo habrá
más de lo mismo. Una tras otro irán rodando las cabezas, seguidas luego en la
guillotina virtual por quienes creyeron estar almargen sin tomar partido. Esa
es la nagturaleza del Terror. Se vuelve contra quienes lo desatan. Debieron
saberlo Trotsky, el verdugo de la revolución bolchevique asesinado por su
propio socio; Robespierre, el Incorruptible, que fue a la guillotina de la
Revolución a la que envió hasta a su amigo Danton; o Savonarola, el fraile
demente de la Florencia de Maquiavelo en la misma hoguera a la que condenó a
tantos.
El Terror es un
hueco negro que todo lo devora, y es hora de ponerle fin entre nosotros. Comenzando
por deponer las amenazas recíprocas, patéticas a estas alturas, de disolver el
Congreso o vacar nuevamente la Presidencia. Ya basta de juegos imbéciles con la
vida y la libertad de las personas.
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