Yan-ken-po
quebrado
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
Para
escapar de la trampa de la democracia de baja gobernabilidad necesitamos
alcanzar el equilibrio de poderes. No basta la separación de poderes, que es una
condición necesaria pero no suficiente. Afortunadamente, el equilibrio de
poderes no es nada complicado. Es algo tan sencillo como un juego de
yan-ken-po.
En
el juego infantil, la piedra chanca la tijera, que corta el papel, que envuelve
a la piedra. Así es como se consigue el equilibrio entre los tres jugadores. Es
un equlibrio dinámico. Es lo mismo entre los poderes Judicial, Legislativo y
Ejecutivo.
Primero,
la “piedra” tiene que poder “chancar”- El poder Judicial debe poder declarar
inconstitucionales o inaplicables las leyes del poder Legislativo. Lo hace por
la vía del control constitucional de la ley, ya sea a través del control difuso
–un invento norteamericano de principios del siglo XIX, llamado judicial
review- que la declara inaplicable, o bien del control concentrado del Tribunal
Constitucional –un invento alemán de comienzos del siglo XX- que la declara la
inconstitucionalidad de una ley. Ambos instrumentos existen en la Constitución
del Perú. Hasta ahí todo bien.
En
segundo lugar, la “tijera” del Legislativo debe poder cortar el “papel” del
poder Ejecutivo. Lo hace a través de tres mecanismos: la vacancia de la
Presidencia, la censura de los ministros y la insistencia en las leyes
observadas por el Ejecutivo. Desafortunadamente, en el Perú el Congreso hace
todo esto con una facilidad excesiva. Este no es un bueb¿n balance. Debe ser
corregido y la reforma política lo está dejando de lado.
Pero
lo más grave es que en el Perú, el “papel” del poder Ejecutivo no puede vencer
a la “piedra” del poder Judicial. No existe ya esa posibilidad, que es la forma
en que las democracias crean el equilibrio. Como esa posibilidad está bloqueada
entre nosotros, el equilibrio de poderes está quebrado.
A
diferencia de todas las democracias de América, sin excepción, donde el
Ejecutivo nombra siempre a los jueces de la Corte Suprema (con aprobación
posterior del Legislativo), a los jueces supremos en el Perú los nombra un
organismo de fuera del juego.
En
efecto, en el Perú inventamos lo imposible, algo que no existe en ninguna
parte: un organismo constitucional autónomo que nombra por sí y ante sí no solo
a los jueces supremos sino a todos los jueces. Este fue el Consejo Nacional de
la Magistratura, un cuarto jugador al que ninguno de los otros tres podía
enmendarle la plana. Se convirtió, entonces, en un poder absoluto, una
reinvención del absolutismo contra el que nació la democracia. El organismo se
corrompió. No podía suceder otra cosa, puesto que todo poder absoluto se
corrompe absolutamente.
Pero
en lugar de sacar la conclusión correcta, hemos insistido en el error: le
cambiamos el nombre al organismo por el de Junta Nacional de Justicia, le
añadimos algunos detalles cosméticos y convocamos luego a un concurso para
elegir a sus miembros. El sainete ridículo en que se ha convertido la selección
de los miembros -en el que parece que no quedara ni un solo hombre justo en
Sodoma y Gomorra- es el síntoma de lo que ocurre: el organismo no debió ser reformado,
debió ser cerrado.
Si
el “papel” no puede envolver a la “piedra” no hay juego. Aun hay que devolverle
entonces al poder Ejecutivo la función de nombrar a los jueces supremos, y que ellos nombren luego a
todos los demás jueces. De esta manera podemos comenzar a rediseñar el
equilibrio de poderes.
Pero
la reforma política ni sospecha esta realidad. Los errores se pagan. La trampa
de la democracia de baja gobernabilidad en la que seguimos es el precio que
pagamos por haber perdido sin saberlo el equilibrio de poderes.
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