lunes, 1 de julio de 2019

MEDIA COLUMNA domingo 30 junio 2019





MEDIA COLUMNA 
Se debió hacer
desde un principio

Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com

Puesto que conocer la verdad sobre la corrupción brasileña en el Perú no tiene precio, era inevitable la decisión política de firmar el acuerdo con Odebrecht aunque fuera leonino, para conocerla.

Pero hoy la situación parece otra. Todo contrato supone una contraprestación. Y esta no se ha producido. Lo recibido no solo no ha sido toda la verdad, ni siquiera es la parte más importante de la verdad. Los testimonios recogidos de los funcionarios brasileños hasta hoy han reiterado en buena cuenta lo que los investigadores ya conocían. No ha habido, que se sepa, acceso directo a los servidores que guardan la información de detalle sobre los pagos indebidos en el país. La nueva información relevante ha provenido de colaboradores eficaces peruanos o de investigaciones periodísticas, como la que acaba de hacerse pública, según la cual en el servidor drousys aparecen los pagos del Gasoducto del Sur –17 transferencias por 3 millones 70 mil dólares realizadas en el 2014, poco después del otorgamiento de la buena pro de la concesión al postor único- cuyos destinatarios finales están aún ocultos bajo seudónimos. La verdad sobre el megaproyecto -el mayor de todos- de 7,500 millones de dólares ha sido escamoteada, ocultada, omitida.

En virtud del acuerdo, el Perú es hoy un acreedor de Odebrecht. Pero otros acreedores han llegado a la conclusión de que no existe otro camino que incautar los activos de la empresa para hacerse pago de sus acreencias. Están forzando una situación de hecho que precipita un escenario nuevo. El pago de la deuda no está garantizado. Depende de la decisión de un juez brasileño, que podría declarar la liquidación de la empresa. Aún si en esta ocasión la empresa consigue medidas cautelares que la protejan por el momento, la situación volverá a presentarse en otros escenarios. No basta ahora un papel firmado para garantizar el pago de los 200 millones de dólares (en 15 años) que la empresa adeuda al Perú según el acuerdo. En lo sucesivo la empresa será asediada por sus acreedores globalmente, y el Perú, con un acuerdo en la mano que no puede materialmente garantizar el pago, ¿va a hacer cola para cobrar?

Si la empresa naufraga, no debe arrastrarnos con ella. No es un problema en que los peruanos tengamos que estar involucrados. A diferencia de otros acreedores, el Perú tiene la posibilidad real y debe hacer prevalecer su condición de Estado. Se justifica entonces debatir serenamente cuál es la decisión política que el Perú debe tomar.

El Perú cumplió lo que ofreció: le ha permitido a la empresa vender su activo principal en el país –Chaglla- a terceros cuyos derechos ahora deberemos respetar. En esto no hay vuelta atrás. Pero el Perú ha autorizado también a la empresa a seguir funcionando en el país y esta, en cambio, es una obligación retractable. El Perú podría retirarle a la empresa la autorización para seguir operando en el país. No obstante, eso la quebraría sin beneficio alguno. Lo que puede hacer, entonces, es anular el acuerdo. ¿Qué el acuerdo tiene rango de sentencia? El Ejecutivo puede recurrir al Tribunal Constitucional, cuya jurisprudencia ha incluido la modificación de sentencias en el pasado.

Preventivamente, puede nombrar interventores en la empresa y, llegado el caso, tomar el control en su momento de los 800 millones de dólares en activos e instalaciones que tiene aún en el país. Algunos temen que el Perú sería denunciado ante tribunales arbitrales internacionales. No perdería en buena lid un proceso contra una empresa que ha redimensionado exponencialmente la corrupción en esta parte del mundo. Y, aun en ese supuesto caso negado, como Jaime de Althaus dijo oportunamente, cabría una contrademanda contra el Estado brasileño por su probada complicidad política en los hechos.

Bien pensado, es en realidad lo que se debió hacer desde un principio.

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