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MEDIA
COLUMNA
Una solución
para las
comunidades
y las minas
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
jorgemorelli.blogspot.com
El gobierno está empeñado
ahora en que haya diálogo en Tía María con el pueblo. Pero el diálogo no es un
fin en sí mismo, es para que la partes planteen una fórmula de solución. Pero
el gobierno da la impresión de no tener nada que proponer. En esa condición, el
diálogo es solo para ganar tiempo. En realidad, para perderlo.
¿Qué podría proponer el
gobierno? Fórmulas de solución hay varias, que el mercado y el libre contrato
entre las comunidades y las minas se han encargado de crear por sí mismos, sin
que el Estado estorbara. Estas van de la peor a la mejor.
La peor es repartir dinero.
Es lo que ha ocurrido en Las Bambas. Aunque a primera vista puede parecer
igualitaria y democrática, la verdad es que es la peor de todas las fórmulas. La
consecuencia ha sido desastrosa y era perfectamente previsible para quien
quisiera mirar la realidad como es y no como el facilismo cree que debería ser.
Juzgue usted por los resultados: los comuneros no tenían los instrumentos
necesarios para poder invertir. Abandonaron la tierra. Y cuando se acabó el
dinero volvieron por más. Esa es la triste verdad. ¿Y qué podia ocurrir? ¿Alguien
en su sano juicio pondría una fortuna en manos de un hijo si no rienenla
herramientas para invertirlo rentablemente? Hasta ahora el Estado -no digo solo
el gobierno- no ha sacado las conclusiones correctas de este fracaso, no ha aprendido
ninguna lección y está por volver a cometer el mismo error en Las Bambas. No
debe hacerlo en Tía María.
Muchos ensayos han
fracasado por desconocimiento: la empresa cree de buena fe que, como es el
Estado el que debería hacer las obras en favor de la comunidad, ya que para eso
paga la empresa puntualmente sus impuestos y los salarios, piden a los
trabajadores que vayan a reclamarle al gobierno, como lo harían en un país
desarrollado. Este es un acto suicida a corto plazo.
Algunas empresas tienen la
prudencia de ilustrarse sobre los 150 años de Antropología que existen en el
mundo antes de invertir en Américal latina, Afirca o Asia. La versión más moderna
de la fórmula tradicional la ensayan hoy varios casos de éxito: hacen la obra
comunal, la escuela, la posta, la carretera, las comunicaciones, todo lo que en
realidad debería hacer el Estado. La fórmula exitosa más reciente la ensayó el
segundo gobierno de Alan García con el aporte voluntario de la minería. Este
era deducible del impuesto a la renta de las mineras y llevó a muchas de ellas
a firmar convenios con gobiernos locales para ejecutar directamente obras en
las comunidades. De los 2,500 millones recaudados en cinco años por el aporte
voluntario, se ejecutó el 100 por ciento, según la Sociedad de Minería que
estudió la formula. Habría sido crucial que invirtieran en “sembrar agua”, como
dicen los comuneros. No llegó a suceder. No hubo tiempo. El gobierno humalista
liquidó el ensayo exitoso reemplazando el aporte voluntario por un nuevo
“régimen tributario especial” para la minería que permitió al gobierno central
volver a echar mano de todos los recursos. Las comunidades se quedaron sin las
obras hechas de la mano con las empresas.
Una muy buena fórmula de
solución es la que usó Tintaya en Espinar. La mina entrega al gobierno local o
regional un porcentaje pactado de las utilidades: el 3 por ciento para ser
exactos. Otra mejor aún es la que una minera ha puesto en marcha en la
comunidad de Ollachea en Puno: la ha hecho su socia entregándole el 5 por
ciento de las acciones de una empresa creada expresamente para explotar el
recurso debajo de las tierras comunales.
Salvo las dos peores, cualquiera
de las fórmulas sirve, pero solo para ganar tiempo, en mayor o menor medida, mientras se implementa la
verdadera formula de solución definitiva. Si esta no llega, tarde o temprano la
empresa se topa con la realidad. El libre contrato firmado no está rodeado de
garantías que lo hagan estable y duradero. No hay puesta en valor de la tierra
con agua, ni participación directa de la comunidad –no intermediada por el gobierno
local o regional- en el canon o en la renta que produce la explotación del recurso del subsuelo. No
hay entonces estabilidad. La comunidad cambia de directiva y cambia el viento. Se
reabre la “negociación” permanente. Todo puede revertirse a fojas cero en
cualquier momento.
La solución de fondo es que
el mercado debe decidir cuánto vale el suelo que se halla sobre los recursos
naturales y no solo el recurso que está debajo. Mientras eso no suceda, no
habrá fórmula de solución definitiva. Ya sea para la venta de la tierra o su
alquiler o para establecer una servidumbre de paso, el mercado tiene que poder
fijar el valor de la superficie, no solo el del recurso debajo. Y ese derecho no
está en el mercado. Ni el de las comunidades ni, mucho menos, el de los de los conductores
o poseedores de la superficie más precarios aun que los propios comuneros. Transar
esos derechos mal establecidos no es posible. Así no puede formarse un precio
de mercado para esa tierra que las partes acepten de manera informada y libre.
Se puede firmar un contrato que será legal, pero no legítimo y que, por lo
tanto, será precario.
El modo de resolver este
gigantesco malentendido que mantiene en el Perú 800 mil millones de dólares
bloqueados bajo el suelo, es que no solo el recurso del subsuelo sino la tierra
de la superficie tengan un valor de mercado que permita a cualquier comunero
comprobar a diario que el valor de su tierra en el mercado evoluciona en la
misma dirección que el de las acciones de la empresa, que si la producción se bloquea
las aciones de la empresa y las suyas caen juntas en el mercado, tal como suben
juntas si la producción avanza. Es la única verdadera fórmula de solución
duradera y estable. Las otras son solo un plan B, ganan el tiempo necesario
para implementar esta.
Es lo que viene señalando
Hernando de Soto, y el mundo ha comenzado por fin a escucharlo. El gobierno
bien podría llevar al diálogo que pide en Tía María esta formula de solución. Porque
el diálogo sin propuesta será, una vez más, solo tiempo perdido.
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