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MEDIA COLUMNA
Mentiras blancas
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
Hoy la pandemia universal ha
suspendido el tiempo.
Unos alertan que todo en adelante será
mucho peor, porque al fin hemos desembocado en la era del Big Brother global.
Y otros creen de buena fe que el
mundo no volverá a ser el mismo. Que será mejor. Son mentiras blancas.
Ambos se equivocan. Concluida la pandemia, nuestra vida política volverá a ser exactamente la misma. No hemos trincado el timón de la nave y la marea nos lleva donde quiere. Somos actores de una obra que no entendemos.
Nuestra vida politica no será mejor,
porque por complacencia o desidia imaginamos que la democracia de baja
gobernabilidad que hemos tenido por 20 años es “normal”. No es así. Basta tomar
nota de la actitud del nuevo Congreso.
Queremos a toda costa creer que la
democracia irá mejorando con el tiempo. No mejorará en absoluto hasta que rediseñemos
el equilibrio de poderes.
Lo de hoy es un paréntesis que
obliga a tomar decisiones (y lo permite). Pero no hay aún conciencia del
problema. Pronto volveremos a la democracia de baja gobernabilidad y a la parálisis
politica.
Así las cosas, las casandras que hablan de un futuro políticamente aciago para el Perú son profetas tardíos. Ese futuro esta aquí desde hace mucho. Es la democracia de baja gobernabilidad.
Así las cosas, las casandras que hablan de un futuro políticamente aciago para el Perú son profetas tardíos. Ese futuro esta aquí desde hace mucho. Es la democracia de baja gobernabilidad.
Desde la trágica republica de Roma
-que produjo el asesinato de César solo para incubar el Imperio de Augusto-, el
destino inexorable de las sociedades incapaces de comprender la falla en su
arquitectura politica y rediseñarla es verse condenadas a repetir siempre el
mismo guión sin saber por qué.
Conocer el proceso de la historia es
el modo de escapar de ese destino. Porque la democracia de baja gobermabilidad
desemboca siempre, inexorablemente, en la trampa circular de la demagogia
y el autoritarismo. Pero es necesario entender ese proceso político con
claridad para poder enmendarlo y llevar la nave a buen puerto.
Pocos emprenden este
viaje dejando atrás a unos ocupados en roer amargas raices eternamente y a
otros perdidos en sueños estériles. Estamos solos. Pero recitamos la Plegaria
de la Soledad: "yo no pido, Señor, sino que exista un puerto en
alguna parte".
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