viernes, 10 de abril de 2020

MEDIA COLUMNA viernes 10 abril 2020



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MEDIA COLUMNA
Esperando a Lorenzo

Jorge Morelli
@jorgemorelli1

El futuro ya existe y obra sobre el presente, aunque no lo veamos todavía. 

Aristóteles decía en la Física que todas las cosas tienen cuatro causas. En una estatua la causa material es el bronce o la piedra; la eficente es el escultor; la formal, la diosa o el guerrero representados. Pero quien pidió la estatua es, en primer lugar, la causa a la que llamó final, la que opera desde el futuro sobre el presente. El verso anónimo lo repitió así: "Tenemos santos de pino. Hay imágenes de yeso. Mire este Cristo yacente, madera de puro cedro. Depende de quién la encarga, una familia o un templo…".

Saint Exupery sabía que es el navío el que convoca a los leñadores, a los herreros y a los astrónomos y sus observaciones de estrellas. “Confianza en el anteojo, no en el ojo”, escribió Vallejo con su austera economía habitual. Es el lenguaje el que forma el cerebro, no al revés. Todo niño ordena su realidad según las posibilidades que le abre la lengua en la que nace. Importa cuál sea el lenguaje, porque el resultado no será el mismo. Abrirá algunas puertas y no otras. Como el tiempo y el espacio son categorias relativas, todo es posible. De modo que la realidad, un vértigo de acontecimientos en desorden, por sí misma nada significa. Es la conciencia, la historia o los mitos según el momento de la humanidad, lo que organiza su sentido.

El tiempo no existe, es engañoso. Puestos en línea, apenas veinte veces una tras otra ha narrado un anciano a un niño la historia de Roma desde su caída hace más de 1,500 años. Y todos los pueblos cuentan la misma historia. En el mito de Qero sobre la fundación del Tahuantinsuyo las causas de Aristóteles son
el poder material del trabajo (llankay), el poder del conocimiento que da forma (yachay), el poder de la voluntad que transforma (munay). Pero antes y por encima de todo sobre los tres dones se halla el formidable poder de convocatoria de la reciprocidad, el ayni. Es la causa final de Aristóteles: el futuro que obra sobre el presente, centinela de guardia en las murallas.   

El cerebro maravilloso de un niño pequeño es la arcilla, la madera, el bronce o la piedra que el lenguaje organiza. La curiosidad indomable, el afán de saber, el hambre de conocimiento es su causa eficiente: la energía que produce el movimiento, la pregunta que la respuesta esperaba. Hay que abrirle espacio siempre, fomentarla con cualquier pretexto, jamás desalentarla o diferirla. El vuelo de la imaginación de un niño cuando despierta hay que acompañarlo para que se sienta seguro. Porque se presenta cuando quiere, pero como el ave de Prévert acude al llamado de su retrato.

El pequeño Lorenzo llega esta Semana Santa en medio de la pandemia del siglo XXI. Es signo de que llega a su vida contra viento y marea. Que siga llegando a lo largo de toda su existencia como Odiseo a Itaca es lo que deseamos con amor para él todos los que lo precedimos. Su padre se encargará de que lo sepa, de que no lo olvide. Le narrará las mismas historias que recibió del suyo y éste de su padre: los mitos griegos, los romances castellanos, la historia de la caída de Roma narrada eternamente a su nieto por el viejo abuelo que la vio con sus propios ojos.


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