domingo, 20 de septiembre de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 20 setiembre 2020



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MEDIA COLUMNA

Proceso de lo grotesco

 

 

Jorge Morelli

jorgemorelli.blogspot.com

@jorgemorelli1

 

 

Para entender a un árbol no hay que roer las raíces amargas, ni extasiarse en el canto de las aves en las ramas. Simplemente hay que mirarlo desde cierta distancia. La foto del momento nunca basta, lo que importa es la película en movimiento. No se conoce al árbol rolando las raíces  sino retrocediendo para mirar con perspectiva. Solo así se entiende el proceso del cambio en el tiempo.  

 

Miremos el proceso del sainete que terminó el viernes risiblemente en el Congreso.

 

Comenzó con la vacancia de la Presidencia anterior, fallida en el primer intento, pero forzada luego obsesivamente para conseguir la renuncia del presidente. No se derroca al poder sin consecuencias. Es un hoyo negro y nadie sabe lo que hay al otro lado. El vacío de poder siempre es llenado por lo que hay. Y lo que hubo fue un mandatario astuto y una presidencia improvisada.

 

No era ningún misterio que la vacancia traería consigo el recrudecimiento agravado del conflicto de poderes existente entre el Congreso y el Ejecutivo desde el día mismo de las elecciones de 2016. Todo puente fue dinamitado entonces, todo intento de diálogo acallado o reprimido, todo esfuerzo por reconstruirlo perseguido.

 

Luego de  la vacancia retornamos al conflicto de manera aun más sangrienta. No había que ser adivino para entender que  acabaría con pérdida no solo política sino personal para una de las partes, incluso con la privación abusiva de su libertad.

 

El siguiente eslabón en el proceso sería el intento del Congreso de direccionar el nombramiento del Tribunal Constitucional con el objeto de que el TC, renovado, tomara cartas contra la venganza política mal disfrazada de justicia. No obstante, fue evidente que no habría en el Congreso los votos necesarios para cambiar al Tribunal. El empecinamiento, sin embargo, fuera ya de todo sentido común, sirvió en bandeja al Ejecutivo la disolución abusiva del Congreso como resultado. Se dirá hasta el fin de los tiempos que fue arbitraria. Es una discusión bizantina. El hecho prevaleció porque la opinión pública lo avaló.

 

La retaliación del nuevo Congreso, heredero del encono, vendría con la siguiente censura del gabinete. No le bastó con eso. Luego de la cabeza del presidente del Consejo de Ministros, el Congreso pidió la del primer mandatario en la intentona insensata de vacar la Presidencia de la República por segunda vez en el quinquenio.

 

La cadena de despropósitos no podía desembocar sino en el fiasco que el país ha sido obligado a presenciar mientras las familias luchan como pueden contra la pandemia y las empresas bregan contra la quiebra de la economía.

 

Este es el proceso político de los últimos cuatro años visto desde cierta distancia. Poco tienen que ver en él los actores. El guión estaba escrito de antemano, porque no hicimos ni hemos hecho hasta hoy nuestro trabajo. El milagro de la mayoría parlamentaria absoluta, que tuvo la oportunidad del siglo de corregir la falla en la arquitectura del capítulo político de la Constitución de 1993, dejó pasar la ocasión. No comprendió cuál era su deber. No pagó la deuda que tenía con el Perú.  

 

Lo que hemos visto el viernes no es sino el desenlace de este sainete grotesco.

       

 

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