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MEDIA COLUMNA
Pegado con babas
@jorgemorelli1
Desde hace ya 40 años, por influencia de las escuelas de administración, los economistas de esa formación han abrazado el lenguaje del pensamiento opuesto a la desprestigiada economía
política a la que juzgan parcializada ideológicamente y
polítizada.
El precio del nuevo marco filosófico, sin embargo, fue que el Estado fuera percibido como una especie de mega empresa. La idea-fuerza de ese giro se plasmó en el lenguaje. Las palabras clave desde entonces son “productividad” y “competitividad”. No en balde aparecen ambas incluso en el nombre de los últimos planes elaborados por el Estado peruano -anteriores a la pandemia- para retomar el crecimiento.
Pero se ha debilitado la defensa política del modelo económico que trajo prosperidad al Perú, Y, desde entonces, economistas adocenados repiten como loros esos dos conceptos –productividad y competitividad- que recetan cual chamanes para todos los males económicos públicos y privados.
Solo que hay una falla de raíz para aplicar con éxito esa receta. Es prematura. Da por resuelta una cuestión previa que no está aún en su lugar
Para hablar de productividad y competitividad primero tiene que haber propiedad. Y esta no existe. Es la falla en la base de las economías de las emergentes de todo el planeta. Algo tan elemental que se pierde de vista fácilmente. Tomamos la propiedad como un hecho dado, y pasamos la página.
Quizá pasaba lo mismo con la
mano invisible de Adam Smith. En la
Inglaterra del siglo XVIII, donde los temas institucionales de registro y
titulación ya estaban en gran medida resueltos, podía darse por sobreentendida
la cuestión de la propiedad y ser ocioso ocuparse
del tema. Tal vez Smith no necesitó considerar que fuera de Europa la propiedad era en el mejor de los casos un papel, una especie de título nobiliario sin valor en el mercado
financiero.
La propiedad se basa en la seguridad jurídica. En ausencia de ambas, inyectar productividad y competitividad a una economía es slgo de antemano condenado al fracaso. El caso es pan de cada día. Hoy mismo se lleva a cabo en Lima, por ejemplo, un congreso denominado de “competitividad minera y sostenibilidad social”. ¿De qué sostenibilidad social vamos a hablar, de qué competividad si no hay propiedad?
La propiedad de la tierra es lo que primero
importa. No basta con la ficción de creer asegurada la concesión otorgada por
el Estado de los recursos naturales del subsuelo a una empresa privada. Ya no
es suficiente para que un proyecto minero sea confiable desde el punto de vista
de quien invierte. Porque ese título ya no asegura que el recurso podrá ser
físicamente extraído y que la operación no será bloqueada por quienes ocupan la
superficie.
Hace poco, un gran minero
peruano me confesaba que en un determinado proyecto había tenido que comprar cinco veces la misma tierra sin adquirir realmente
la propiedad. Terminó pagando más de lo que le hubiera costado adquirirla a
precios de mercado global una sola vez en lugar de cinco en el mercado local.
Sin propiedad, todo es precario, todo se halla hilvanado sin coser, pactado con palabras que se lleva
el viento, todo pegado con babas, en suma. Y se desarma a la primera dificultad.
Este es el primer problema de la
economía del Perú, lo que la limita y le impide ser libre, lo que la debilita y subordina a un Estado fallido.
Pero el gran evento minero no
habla del tema. Como diría Vallejo, es un estruendo mudo.
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