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MEDIA
COLUMNA
La
revolución pacífica de De Soto
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
Pedro Castlilo ha alcanzado la segunda vuelta no por ser de izquierda, sino a pesar de ser de izquierda. La ideología ha pasado de contrabando.
Los sectores CDE no han votado ni remotamente por eso -mucho menos
por el terrorismo-, sino por el lápiz, por el maestro, por la educación de sus
hijos, que es el sueño y el desvelo de los padres de toda condición
económica. En añadidura a la protesta por el desmanejo de la economía en la
pandemia.
Hay que saber lo siguiente, que es un secreto a gritos en la educación peruana.
Un tercio entero de los padres de familia migró en los últimos años con sus
hijos de la educación pública a la privada y, a causa del desplome de la economía,
ha tenido que volver a la educación pública. Aquella migración al sector
privado fue masiva, producto del crecimiento de la clase media que abarcó al 40%
de los peruanos. Pero ocurrió no porque la educación privada fuera mejor, sino
por efecto de la competencia en el mercado: en la educción privada alguien está
obligado a dar razón del alumno o lo pierde. En la educación privada, aun en la
más modesta –la que el Ministerio califica de ”basura” porque se avergüenza de perder
ante ella-, comenzaba a surgir -aun si por el solo interés particular- una forma
rudimentaria de tutoría, que es por donde la educación comienza. Hoy al menos la
mitad de esa clase media ha vuelto a la pobreza y, frustrado, el padre de
familia debe llevar a su hijo de vuelta a la educación pública porque no tiene
cómo seguir pagando la privada. El retorno es masivo desde el año pasado. Pienso
que estos hechos han tenido impacto en la decisión del voto por el maestro y su
lápiz.
Pero de este drama nada dicen los candidatos. Ni Castillo que, como dirigente
del magisterio, lo sabe perfectamente. Menos aun habla del escándaloso monopolio
del sindicato magisterial del Sutep sobre las plazas magisteriales de la
educación pública. Y nada tampoco aobre la injusta exclusión de la carrera pública
magisterial de los maestros contratados, que son un tercio del total. Esto, por
la misma razón que durante un año entero cayó en el vacío la protesta contra el
grotesco monopolio del Estado sobre la importación de las vacunas en la
pandemia.
Esta es la tragedia detrás de nuestro sistema de educación y de salud.
No es principalmente la limitación de recursos materiales. Es la exclusión de
la mayoría de los peruanos por su propio Estado.
Quien hizo una bandera
de la denuncia del mercantilismo en estas elecciones fue De Soto. Por décadas ha señalado la exclusión de la informalidad a causa de
negocios basados en el privilegio otorgado por el Estado. Esto es lo propio
de una economía anacrónica completamente ajena al capitalismo. Y así lo dijo
claramente en su programa, redactado por él mismo. La magnitud de la revolución
que propone es la revolución burguesa que el Perú debió tener hace un siglo con
Leguía, y se frustró; la misma que comenzó con retraso con Fujimori hace 30 años
y se quedó a medio hacer. Algunos, no obstante, se han dedicado hoy a agredir
a De Soto verbalmente con una extraña violencia y a exigirle una definición entre
opciones insatisfactorias. Una que pretende volver atrás en la historia y la
otra ir hacia un futuro que ya no existe.
Ninguna explica al pueblo qué es lo que falla en el modelo económico. Pero
es simple: la falla está en que modelo no supo o no pudo impedir el monopolio
del Estado. Sin ningún poder real, los organismos reguladores que debieron
vigilar fueron doblegados por el mercantilismo del oligopolio público-privado.
Muchos que no han querido escuchar recién comprenderán mañana que la
revolución pacífica de De Soto –que comienza por pagar un precio de mercado
global justo y equitativo por la tierra sobre los recursos naturales- es la
salida posible del abismo en que el país ha caído.
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