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MEDIA
COLUMNA
Y
va a caer
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
En entrevista reciente con CNN, Hernando de Soto dio
con una frase que bien podría resumir su pensamiento respecto de la economía
social de mercado. Al aclarar su posición sobre importar vacunas, respondió que no es
que el Estado no deba importar, sino que hace cinco meses que tiene el dinero y
no es capaz de hacerlo. Una economía social de mercado supone libertad de comprar
y vender, tanto más si el Estado es incapaz de hacerlo. Dijo que el Estado debe
subsidiar la vacuna gratuitamente a los peruanos. “Donde el Estado no funciona,
hay que meter empresa privada, y donde la empresa privada no funciona, hay que
meter Estado”, resumió.
La sencillez de esta expresión llega fácilmente a todos los
peruanos, lo que es fundamental porque el Perú es un país
incomunicado. El Perú tiene 5 mil años de historia y si esos miles de años
fueran un solo día, hace apenas algo más de tres horas que hablamos indistintamente
quechua o castellano, y hemos sido una república durante menos de una hora.
No estamos todos ni por asomo en la misma página. En el siglo
XXI, somos un país nuevo. Tanto más importante, entonces, la libertad de la
economía, del comercio, del libre movimiento de bienes y personas. Acabar con los
privilegios que el Estado otorga no es solo un acto de equidad, es una condición
para la construcción de una nación.
Significa aceptar que la libre iniciativa
pertenece a los ciudadanos. Y que solo luego debe entrar el Estado a examinar respetuosamente
dónde están las fallas que impiden avanzar y resolverlas pasando por encima de argollas
de intereses locales. Porque argollas es lo que ha construido el Estado en el
Perú. Al extremo de blandir hoy el privilegio sin vergüenza ni escrúpulo. Los
oligopolios en los sectores principales de la economía se creen en el derecho y
el deber de trasladar sus costos a los ciudadanos encerrados en mercados cautivos.
No eran muy distintos los encomenderos de la Conquista. No eran dueños de la
tierra, sino de los indios encomendados a ellos. Intermediarios de su trabajo, de
la venta de sus productos y de la compra de sus insumos. Una clase ociosa que
recibió del Estado –ya fuera de la Corona española o de la República- el
privilegio de ser un intermediario entre un pueblo y el país y luego del país
con el mundo.
Eso hace hasta hoy el oligopolio
público-privado. La matriz de la corrupción se halla en el Estado y las
empresas. Eso debió terminar hace siglos. Es una construcción vetusta que se derrumba
a pedazos. Y va a caer.
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