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MEDIA
COLUMNA
La
izquierda ha traído
su
división al gobierno
Jorge
Morelli
@jorgemorelli1
El
conflicto principal en el escenario político hoy ha pasado a ser el que
enfrenta a la izquierda caviar con la izquierda radical.
En
sus cincuenta días en el gobierno, Pedro Castillo ha tratado de hallar alguna
clase de equilibrio entre ambas facciones, tanto en el gabinete -dirigido en la
práctica cada vez más por los ministros de Economía y de Justicia- como en la
bancada oficialista en el Congreso, dirigida por el partido.
No
lo ha conseguido.
Durante
meses ha prevalecido la idea de que el gobierno de la izquierda es una unidad
indisoluble con un plan siniestro para liquidar la democracia y quedarse en el
poder, que presentaba por razones de calculada estrategia política la falsa
actuación de una pugna inexistente. Este diagnóstico es incompleto. La
explicación es simple: el poder no puede tener dos cabezas.
El
presidente no ha hallado un balance sostenible entre ambas facciones porque no
hay una cabeza buscándolo, sino dos. Y cada una procura imponer el suyo. Es un impase político insuperable salvo con la ruptura y la inestibilidad creciente ya es incompatible
con la gobernabilidad.
No
es, en verdad, ninguna sorpresa. La izquierda ha llevado al gobierno su inveterada
e invencible vocación por la división. Y esto ha desembocado en su incapacidad
de articular un programa único entre quienes se contentan con tratar de gobernar
una nave que conocen mal y quienes, en el delirio trasnochado, quieren
refundar la república como si la historia permitiera comenzar desde cero.
No
es la primera vez que esto ocurre. La historia de Salvador Allende en Chile es
un referente. El experimento terminó cuando, al no haber inversión, la oferta
no pudo responder a la demanda generada por el gobierno poniendo al pueblo cada
vez más dinero en el bolsillo. Al final, el país se quedó sin dólares y la
devaluación masiva disparó la inflación que empobreció al pueblo. Lo mismo hizo Alan en su primer gobierno.
Y es
lo que se está incubando de nuevo acá. En la minería, que mantiene a flote la economía
peruana, el gobierno pondrá un impuesto a la “sobreganancia” y los mineros lo
pagarán sin protestar. Pero lo pagarán sacrificando la reinversión de utilidades.
Las minas seguirán con la inercia que traen, pero en dos o tres años la
exportación disminuirá y los dólares faltarán. Entonces la devaluación llegará.
Los mineros saben que pueden esperar. Cuando el gobierno se haya ido,
las minas todavía estarán ahí.
El
presidente Castillo, en suma, está obligado a elegir. Tendrá que escoger con
quién gobernar. O dará de tumbos en lo que sigue hasta caer.
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