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domingo, 5 de enero de 2020

MEDIA COLUMNA domingo 5 enero 2020



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MEDIA COLUMNA
La guerra proporcional
de Donald Trump  


Jorge Morelli
@jorgemorelli1


El presidente de EE.UU. dijo, un día después del ataque en Bagdad que acabó con la vida del jefe militar de la Fuerza Quds -los Guardianes de la Revolución iraní-, que su decisión es “detener una guerra y no iniciarla”, y añadió que "Irán jamás perdió una negociación". Lo que hace es extender a los ayatolas iraníes –los jefes políticos que manjaban el brazo militar- una mano para negociar la paz.  

Ante la muerte de Qasem Soleimani y la de Abu Mahdi al Mohandes, vicepresidente de Multitud Popular, las milicias chiíes de Iraq, sin embargo, los ayatolas claman por retaliación. En lo inmediato, la respuesta -un misil en el área de la embajada americana en Bagdad y otros contra una base militar americana cercana- son una reacción emocional. En el mundo musulmán la retaliación ha sido tradicionalmente una suerte de reparación, de restablecimiento del equilibrio, una especie de imperativo moral. Donald Trump, que lo sabe,  debe estar ya preparado para hacer frente a un atentado terrorista en territorio norteamericano. En las guerras del siglo XXI el frente mediático virtual es aun más importante que el real y una acción en cualquier otra parte no tiene impacto en la opinión pública global.

La decisión política de Trump de llevar a cabo este acto militar no es un hecho aislado ni una reacción. Responde a una estrategia en el proceso de la guerra. Y es una respuesta proporcional. Hay que revisar la secuencia del proceso para entender el guión de la guerra. Eso requiere perspectiva.

Ante todo, el arma empleada es un misil aire-tierra Hellfire disparado desde un dron Predator. Una operación quirúrgica casi que desde hace algunos años permite evitar los bombardeos ciegos a la población. Su empleo es una decisión política cuidadosamente pensada.

El debate sobre la proporcionalidad en el uso de la fuerza tiene un espacio en la guerra de hoy. Y es la proporcionalidad precisamente lo que ha llevado al arma de los drones. La decisión política de su empleo no es entonces una reacción contra el ataque de Multitud Popular a la embajada de EE.UU. en Bagdad el pasado 31 de diciembre (donde consiguieron irrumpir e incendiar), que tuvo lugar luego del ataque norteamericano a milicias iraquíes el día 29 en que resultó abatida una veintena de milicianos chiítas. Aunque eso ocurriera luego del ataque anterior a una base americana en que murió un contratista norteamericano, no se trata de reacción. Una guerra no es una retahila de muertes sin sentido. La decisión política esperaba la ocasión correcta. Es decir, proporcionalidad también a otro nivel.

Se trata, además, de un ataque en Bagdad, territorio iraquí y no de Irán. Esto es importante. ¿Qué hacía el principal jefe militar de Irán en Iraq? Coordinaba acciones militares con Abu Mahdi al Mohandes, jefe de las milicias chiíes de Iraq, quien murió a su lado.

Cuatro meses atrás, en agosto de 2019, EE.UU. abatió también a Hamza Bin Laden, hijo de Osama Bin Laden, el líder terrorista de Al Qaeda muerto años atrás en Paquistán. Y hace dos meses apenas, en octubre pasado, eliminó de manera igualmente selectiva a Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del Estado Islámico –llamado Isis en EE.UU. y Daesh en Europa-, quien cometiera atrocidades ante los ojos del mundo entero en el delirante plan de restablecer el antiguo Califato Islámico hasta en la propia Europa.

No son hechos aislados. Trump está conduciendo la guerra con la decisión política de emplear selectivamente con proporcionalidad el arma contra los cabecillas de las organizaciones militares del terror global. Es una acción militar que responde a una estrategia global.

Tampoco los acontecimientos políticos recientes en Sudamérica son hechos aislados del conflicto global. La presencia iraní en Sudamérica y la relación de Venezuela con Irán datan de tiempo atrás.–especialmente las cinco visitas hasta el 2011 del ex presidente iraní Mahmud Ahmadinejad a Hugo Chávez- prueban que Sudamérica es vista una vez más como una cabecera de playa contra EE.UU. en el conflicto global. Lo ha sido desde los ya lejanos días del ataque contra la asociación israelí AMIA en Buenos Aires en 1994, cuya investigación ha vuelto a ser negada por el nuevo presidente argentino al declarar que no hay prueba de la relación entre ese hecho y el asesinato del fiscal que lo investigaba.

En ese contexto, los recursos naturales de Sudamérica para el siglo XXI –el cobre, el litio- son vistos como reparto de los despojos de la guerra.

La “primavera árabe” sudamericana -en Santiago, en Quito, en Bogotá, en La Paz- no es entonces un hecho aislado del conflicto global. El eje La Habana, Caracas, Foro de Sao Paulo, Buenos Aires hizo detonar el malestar incubado por la desaceleración del crecimiento porque aun cree que puede establecer su propio califato en esta parte del mundo. La sorpresa no prevista fue la caída de Evo Morales en Bolivia, hoy el foco de la resistencia en el centro mismo del tablero.