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MEDIA COLUMNA
La guerra proporcional
de Donald Trump
Jorge Morelli
@jorgemorelli1
El presidente de EE.UU. dijo, un día después del
ataque en Bagdad que acabó con la vida del jefe militar de la Fuerza Quds -los
Guardianes de la Revolución iraní-, que su decisión es “detener una guerra y no
iniciarla”, y añadió que "Irán jamás perdió una negociación". Lo que
hace es extender a los ayatolas iraníes –los jefes políticos que manjaban el
brazo militar- una mano para negociar la paz.
Ante la muerte de Qasem Soleimani y la de Abu Mahdi
al Mohandes, vicepresidente de Multitud Popular, las milicias chiíes de Iraq, sin
embargo, los ayatolas claman por retaliación. En lo inmediato, la respuesta -un
misil en el área de la embajada americana en Bagdad y otros contra una base
militar americana cercana- son una reacción emocional. En el mundo musulmán la
retaliación ha sido tradicionalmente una suerte de reparación, de
restablecimiento del equilibrio, una especie de imperativo moral. Donald Trump,
que lo sabe, debe estar ya preparado
para hacer frente a un atentado terrorista en territorio norteamericano. En las
guerras del siglo XXI el frente mediático virtual es aun más importante que el
real y una acción en cualquier otra parte no tiene impacto en la opinión
pública global.
La decisión política de Trump de llevar a cabo este acto
militar no es un hecho aislado ni una reacción. Responde a una estrategia en el
proceso de la guerra. Y es una respuesta proporcional. Hay que revisar la
secuencia del proceso para entender el guión de la guerra. Eso requiere perspectiva.
Ante todo, el arma empleada es un misil aire-tierra
Hellfire disparado desde un dron Predator. Una operación quirúrgica casi que desde
hace algunos años permite evitar los bombardeos ciegos a la población. Su empleo
es una decisión política cuidadosamente pensada.
El debate sobre la proporcionalidad en el uso de la
fuerza tiene un espacio en la guerra de hoy. Y es la proporcionalidad precisamente
lo que ha llevado al arma de los drones. La decisión política de su empleo no es
entonces una reacción contra el ataque de Multitud Popular a la embajada de
EE.UU. en Bagdad el pasado 31 de diciembre (donde consiguieron irrumpir e
incendiar), que tuvo lugar luego del ataque norteamericano a milicias iraquíes
el día 29 en que resultó abatida una veintena de milicianos chiítas. Aunque eso
ocurriera luego del ataque anterior a una base americana en que murió un
contratista norteamericano, no se trata de reacción. Una guerra no es una
retahila de muertes sin sentido. La decisión política esperaba la ocasión correcta.
Es decir, proporcionalidad también a otro nivel.
Se trata, además, de un ataque en Bagdad, territorio iraquí
y no de Irán. Esto es importante. ¿Qué hacía el principal jefe militar de Irán en
Iraq? Coordinaba acciones militares con Abu Mahdi al Mohandes, jefe de las milicias
chiíes de Iraq, quien murió a su lado.
Cuatro meses atrás, en agosto de 2019, EE.UU. abatió también
a Hamza Bin Laden, hijo de Osama Bin Laden, el líder terrorista de Al Qaeda
muerto años atrás en Paquistán. Y hace dos meses apenas, en octubre pasado, eliminó
de manera igualmente selectiva a Abu Bakr al-Baghdadi, jefe del Estado Islámico
–llamado Isis en EE.UU. y Daesh en Europa-, quien cometiera atrocidades ante
los ojos del mundo entero en el delirante plan de restablecer el antiguo Califato
Islámico hasta en la propia Europa.
No son hechos aislados. Trump está conduciendo la
guerra con la decisión política de emplear selectivamente con proporcionalidad el
arma contra los cabecillas de las organizaciones militares del terror global. Es
una acción militar que responde a una estrategia global.
Tampoco los acontecimientos políticos recientes en
Sudamérica son hechos aislados del conflicto global. La presencia iraní en
Sudamérica y la relación de Venezuela con Irán datan de tiempo atrás.–especialmente
las cinco visitas hasta el 2011 del ex presidente iraní Mahmud Ahmadinejad a
Hugo Chávez- prueban que Sudamérica es vista una vez más como una cabecera de
playa contra EE.UU. en el conflicto global. Lo ha sido desde los ya lejanos días
del ataque contra la asociación israelí AMIA en Buenos Aires en 1994, cuya
investigación ha vuelto a ser negada por el nuevo presidente argentino al
declarar que no hay prueba de la relación entre ese hecho y el asesinato del
fiscal que lo investigaba.
En ese contexto, los recursos naturales de Sudamérica
para el siglo XXI –el cobre, el litio- son vistos como reparto de los despojos de
la guerra.
La “primavera árabe” sudamericana -en Santiago, en
Quito, en Bogotá, en La Paz- no es entonces un hecho aislado del conflicto
global. El eje La Habana, Caracas, Foro de Sao Paulo, Buenos Aires hizo detonar
el malestar incubado por la desaceleración del crecimiento porque aun cree que
puede establecer su propio califato en esta parte del mundo. La sorpresa no
prevista fue la caída de Evo Morales en Bolivia, hoy el foco de la resistencia en
el centro mismo del tablero.
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